Lector amigo, hermano
que te acercas a mí
y me tiendes la mano,
mano que no te di,
porque la mano mía
es mano yerta, sí,
caída, seca y fría.
Los versos que escribí,
estos que ves aquí,
los que al viento decía
y que el viento esparció,
y otros que guardo yo
se han llevado la savia que tenía.
La tinta no servía,
mas la sangre fluyó
en silencioso hilo
retorcido y caliente
que sale por el filo
de estilete valiente,
de estilete inhumano
que ha clavado su diente
en mi dedo liviano:
y yo no quiero que me des la mano.
Lo que vamos a hacer
para el mismo placer
es cruzar el canal
de soledad, de frío
y de llanto sin río
por un puente cabal:
coge el verso de un cabo,
yo lo atrapo del otro…
De creerlo no acabo:
¡con tu calor se ha convertido en potro!
En potro alado y bravo…
A su lomo seguro
los dos trepemos ya.
Por mi vida te juro
que emprenderemos vuelo:
porque aguardando está
ese divino cielo
que se ha abierto por fin a nuestro anhelo.
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