Deben de ser bastante insólitos los casos en los que se convierte en escritor una persona que antes no había sido un enconado lector. Y como la mayoría de los escritores han sido antes eso, apasionados lectores, no es difícil recordar algunas páginas que contengan lo que reza el título de ésta: un elogio de la lectura. De modo que ahora mismo, sin escarbar en la memoria, me viene a la mente aquella frase del primer narrador del Quijote, cuando encuentra los cartapacios donde está contenida, en arábigo, la historia de su personaje: “y como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía” (I, 9). Es, sin duda, un reconocimiento de Cervantes de su propia afición, que también lo será, en desaforado grado, del manchego Alonso Quijano.
Un mundo con libros, se titula un libro del profesor Gregorio Salvador, un libro recopilatorio de ensayos y páginas diversas, un precioso libro que yo compré hace años en la sección de saldo de alguna librería y que leí con entusiasmo, un libro que es también el reconocimiento de la vocación impenitente de lector de don Gregorio, ya que, como advierte en la introducción, prácticamente todas las variopintas páginas del libro, tratan de libros.
Finalmente, de hace bien poco tiempo recuerdo un artículo de la escritora Clara Sánchez (mi memoria no alcanza a decir en qué periódico ni es el momento de consultar hemerotecas), un artículo escrito a raíz de la contemplación, en el Metro, de una mujer leyendo un libro, una imagen, por cierto, nada infrecuente. No recuerdo si Clara Sánchez daba en su artículo algún argumento que me resultara novedoso a favor del vicio de la lectura; lo que sí recuerdo es el tono apasionado de la escritora, el sentimiento que expresaba de simpatía ante la actitud de aquella pasajera inmersa o absorta en las páginas de aquel libro, ajena, al parecer, al ambiente del vagón que la llevaba.
No sólo es muy raro que surja un escritor donde antes no ha habido un lector. El gran pedagogo que fue don Fernando Lázaro Carreter afirmaba rotundo que no puede haber buen estudiante donde no hay aficionado a la lectura. Lo afirmaba don Fernando y un servidor, desde su ilustre posición de reconocido don nadie, lo ratifica.
Hace unos días, en el Salón de Usos Múltiples del instituto, le oía decir, en brasileiro trufado de castellano, a alguien que presumiblemente era profesor o maestro de Capoeira, , ese baile acrobático y como de lucha: “Tienes novia; pero esa novia te puede dejar un día, y ya no tienes novia. Tienes un amigo; pero éste puede dejar de ser tu amigo; y ya no tienes amigo. Tienes aprendido este arte, con tu esfuerzo y dedicación; y eso forma parte de ti, no te abandona nunca”. Y bien, lo mismo podríamos decir de la riqueza que nos proporciona la lectura: forma parte de nosotros y no nos abandona nunca.
Para terminar, quiero exponer sucintamente una idea: leer requiere no sólo una capacidad mental, que se va desarrollando con la práctica; también requiere un estado de espíritu, un equilibrio emocional; porque si dentro de nosotros hay muchas voces sonando, o pocas, pero con estridencia, la concentración en la lectura será imposible. Por lo que, a veces, antes de empezar a leer, será necesario (yo lo practico con bastante frecuencia) dedicar unos minutos a la preparación, al reposo del espíritu, al silencioso recogimiento, al ordenamiento emocional. Leer es una aventura; y tenemos que estar preparados para iniciarla.
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