No me dictes, oh diosa, versos graves
ni apuntes a mi cálamo sentencias,
sino algunas sonoras ocurrencias
parecidas al canto de las aves.
No quiero que me llamen, bien lo sabes,
filósofo ni mártir de las ciencias,
sino que mis humildes menudencias
suenen dulces, sencillas y suaves.
Si tú me aprecias, díctame italianos
endecasílabos. Serán divinos
por tuyos; pero por mi voz, mis trinos.
Sabes que fui coplero de aldeanos
que un día cambió el paso
por andar tras el son de Garcilaso.
Noviembre de 2005
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