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  • marzo 2007
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Llanto en flor

No sé lo que me pasa últimamente:

sospecho que algún tipo de neurosis

he incubado en mi cuerpo; aunque a veces me temo

que lo origine la presbicia. O será que me sobra

un montón de humedad.

En fin, sea la que fuere la causa de este mal,

mi mal es lo siguiente:

lloro por casi todo últimamente.

Si “Ne me quitte pas” canta Nina Simone

cuando estoy recogiendo la cocina.

Si recuerdo a mi padre

con mi edad, más o menos;

o la voz de mi abuelo, muerto hace medio siglo.

Es suficiente incluso con que lea

“Tres cantigas”, poema que le escribe

Miguel d’Ors a la Virgen (eso que soy ateo).

Lloré al ver a Orfeo devorado

(lo que quedaba de él: sólo unas plumas).

Y, por supuesto, lloro si imagino

que me jubilo, y los colegas,

los antiguos alumnos

y todo el personal del instituto,

en un acto solemne, me despiden;

y, en un bello discurso, alguna alumna,

alguna antigua alumna que ahora es profesora

o directora de un periódico,

me agradece el esfuerzo

y la dedicación de tantos años.

No sé a qué tanto llanto.

Tal vez como un castigo

por no creer en él, el Todopoderoso

me ha hecho la merced del don de lágrimas.