Porque estaba cansado de andar,
me pesaban las piernas,
la cabeza y los años
que cumplí recorriendo caminos,
me acordé de mi amiga, mi bici.
Desde siempre mi amiga admirada…
Desde aquel mediodía radiante,
hace ya medio siglo,
en que vi asomar a mi padre,
ingrávido, señero, magnífico, sereno,
por la entrada del pueblo, en flamante BH.
La bici de mi padre fue bici de familiar:
a mi padre llevaba al trabajo;
mis hermanos y yo no le dábamos tregua;
era bestia de carga y bici de carreras
e hizo de nosotros ciclistas y mecánicos.
Pasaron muchos años, tuve mis propias bicis.
Ahora soy mayor, y más voluminoso.
Me olvidé de mi bici.
Pero he vuelto a montar en mi máquina;
la tenía arrumbada, medio oculta entre trastos del sótano,
silenciosa y cubierta de polvo.
Le he devuelto sus brillos
y ella ha vuelto a volar en la ruta
con pedales que ya son pedalas, cual los pies de Mercurio;
y yo vuelo con ella, y me siento feliz.
Ya no soy un anciano que arrastra
por pedregosa senda unos pies estragados,
arrostrando un destino de muerte;
ya cabalgo en mi alado corcel,
ya cabalgo de nuevo.
Agosto de 2006.