Asomado a la alcoba
en la que vino al mundo mi señora
cuando yo era un pelón de cinco años.
Hoy, noche de San Juan,
hoy, noche serena del verano,
el vaso de cerveza cabe mí
(cabe en mí, por supuesto)
estoy solo y en paz en este patio.
Es un patio pequeño,
un escueto rectángulo de sombra y de silencio
donde antaño trepó la madreselva
e hizo su mansión la golondrina.
Hoy, noche de San Juan,
mientras mujer e hijas
andan en sus visitas familiares,
siento la compañía del esbelto ciprés.
Con qué calma se yergue. Mansa brisa
va peinando su fuste, y las estrellas
acarician su copa,
la impregnan con sus luces celestiales.
Luego miro a mi izquierda
y en la vieja cortina contemplo los dos buzos
descendiendo en picado, obra pictórica
de maestros insignes.
Ya me voy sumergiendo
con los buzos en un pozo de sombras,
el sueño va apagando mis sentidos;
que pronto encenderán abruptamente
los ruidos de la puerta y la voz cantarina
de mi hija pequeña,
que siempre tiene algo que contarme.
Emerjo de mi sueño, cojo el vaso
de cerveza y trasvaso la que queda.
Luego acudo al encuentro de mi Hebe.
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