Para pasar en mi pueblo este fin de semana prolongado por el viernes Día de la Hispanidad, me he llevado un libro de poesía: Poesía completa, de Víctor Botas.
Una forma tan plausible como otras muchas, ésta de que un andaluz celebre la fiesta de España leyendo a un poeta asturiano… Tengo –o tuve- amigos asturianos. Y a veces he sentido enormes deseos de que alguna divinidad doblase por medio esta piel de toro que nos acoge para darles un abrazo… De modo que los sigo recordando con especial emoción cuando leo a alguno de sus paisanos: a Víctor Botas, por ejemplo, que me recuerda a Clarín (el más grande) por haber acabado la vida cuando estaba próximo a la raya del medio siglo.
Conocía a Botas por una antología de 1996 (de J. L. García Martín; editorial Renacimiento) y por su último poemario, póstumo, que ya tenía bastante leído: Rosas de Babilonia.
No he terminado esta Poesía completa: una razón más para que no se me ocurra ahora hacer la crítica de Botas. Bueno… Reconozco que me han resultado poco interesantes sus dos primeros libros, en los que a pocos poemas les he puesto la señal de la cruz de mi antología personal. Pero la cosa cambió al llegar al tercero: Segunda mano. Y no digo más. Sólo que se ha producido la casualidad de que el último poema que he leído, que es el último de Historia antigua (1987), y que se titula “Asturcón”, es un poema en el que Víctor Botas no sólo evoca, sino que parece enjuiciar, o criticar sin acritud, a sus amigos, o enemigos, los poetas andaluces. No es una apreciación mía: en el prólogo del volumen, la misma pluma del poeta escribe lo siguiente: “Historia antigua fue finalista del Premio de la Crítica, premio que igual no consiguió a causa del poema titulado “Asturcón”, que por lo visto sentó como un tiro a amplios sectores del poderoso clan de la poesía andaluza.”
Pues bien, pongo mi granito de arena para fastidiar a los poetas andazules –yo no soy andazul, sino andariano, como hago pregonar al título de hoy- copiando aquí, para los visitantes de Certe patet, el poema…
ASTURCÓN
(Epílogo marcial)
Este caballo de pequeña alzada
que ciñe, como puede, el torpe casco
a un trote acompasado, vino a ti
desde Asturias. –Comprendo
que los hay en la Bética más dóciles,
con más escuela, vamos, y capaces
de recorrer la vía
Hercúlea, meneando
las cachas casi casi
igual que Telezusa (sí, la chica
aquella, gaditana por más señas,
que de sobra podría
levantársela a un muerto
con sus danzas). Pero éste,
éste que vino
a ti desde las brumas
sigilosas del Norte, atravesando
a trancas y barrancas las alturas
de los montes astures, tan huraño,
tan modestito él, tan poca
cosa y, por si no bastara,
cojitranco, contento
se daría en los dientes con un canto,
si acertara a traerte,
para adornar tu sien, no el oro,
no las rituales ínfulas, tampoco
insensatas guirnaldas (a la postre
no se trata, supongo, de inmolar
una cerda preñada
a la pródiga Ceres), sino algo
(imagina un instante que ahora mismo
emprendes, yo qué sé, un largo viaje
a las míticas fuentes
del somnoliento Nilo
con tu amor imposible,
romántico y secreto), sino algo, decía,
muy parecido en todo
a una emoción inquieta y -¿por qué no? ¿por qué no,
a ver, por qué?- unas gotas
de sonriente coña beatífica.
Filed under: General | Leave a comment »