Una de las tareas del fin de semana ha sido la relectura de esta impresionante novelita de C. J. Cela.
No obstante considerarla, como todo el mundo, una obra magnífica, encuentro en ella algunos aspectos que “no me cuadran”. Aquí sólo voy a comentar uno de tales aspectos.
Pascual mata al Estirao (antes había herido a Zacarías de tres puñaladas que no resultaron mortales); y la condena de veintiocho años se reduce a tres por buena conducta. No mucho tiempo después, Pascual mata a su madre, de una forma atroz, con su segunda mujer, Esperanza, como testigo espantado. Este crimen lo comete el viernes 10 de febrero de 1922: el criminal declara recordar muy bien la fecha. Seguramente lo apresaron poco después. Él sólo da a entender en su relato que volvió a la cárcel de Chinchilla tres años y medio después de haber recibido la orden de libertad tras la anterior condena. Yo no sé una palabra de Derecho; y menos de la Historia del Derecho en España; pero no me hubiera resultado nada extraño leer que, en los años veinte, a un asesino reincidente, después de un crimen tan espeluznante, lo condenan a muerte. Pero no… Pascual vuelve a salir de la cárcel en el 35 o primera mitad del 36. Dice el transcriptor del manuscrito del preso en su nota final: “Desde luego, parece descartado [es decir, seguro] que salió de presidio antes de empezar la guerra. Sobre lo que no hay manera humana de averiguar nada es sobre su actuación durante los quince días de revolución que pasaron sobre su pueblo; si hacemos excepción del asesinato del señor González de la Riva –del que nuestro personaje fue autor convicto y confeso- […]”.
¿Por qué mató Pascual a don Jesús González de la Riva, conde de Torremejía? Nada induce a pensar en un asesinato por una pendencia personal, sino que parece un crimen de la violencia revolucionaria desatada al comienzo de la guerra. Ahora bien, los nacionales llegaron muy pronto a esa zona de España. Y la represión fue terrible. Leamos, en la Historia de España de Joseph Pérez, qué acontecimientos tuvieron lugar:
“[…] en el sur, Franco avanzó a buen paso. Fue allí donde se puso de manifiesto la superioridad de las tropas coloniales (Legión y regulares marroquíes), bien pertrechadas y disciplinadas. El general Yagüe, que estaba al frente, habría podido marchar sobre Madrid vía Córdoba, Despeñaperros y La Mancha, pero prefirió lanzarse sobre Mérida para despejar la frontera con Portugal, país aliado. El avance fue rápido, y estuvo acompañado de atrocidades destinadas a minar la moral de la población. Mérida cayó el 10 de agosto. Cientos de milicianos prisioneros –campesinos con armas heterogéneas- fueron fusilados. Cuatro días después Yagüe asaltó Badajoz [en cuya cárcel estaba Pascual, en este su tercer y último ingreso]. Los legionarios se entregaron a una carnicería espantosa, una orgía de matanzas y pillaje. Las calles se llenaron de cadáveres. Después de la batalla cientos de civiles fueron concentrados en la plaza de toros. los que tenían en el hombro la marca de la culata del fusil fueron ejecutados inmediatamente. El exterminio continuó durante semanas. Cuando un periodista norteamericano le preguntó sobre estas matanzas, Yagüe le contestó sin rodeos:
Claro que los fusilamos. ¿Qué esperaba? ¿Suponía que iba a llevar cuatro mil rojos conmigo mientras mi columna avanzaba contra reloj? ¿Suponía que iba a dejarlos sueltos a mi espalda y dejar que volvieran a edificar una Badajoz roja?” (pág. 628).
Y durante todo ese baño de sangre, Pascual Duarte, un horrible criminal, un matricida, un don nadie que ha asesinado al hombre más poderoso, y rico, y católico practicante de su pueblo, al conde de Torremejía, este Pascual, se está tan ricamente en la cárcel, escribiendo sus memorias durante muchos meses (El 15 de febrero de 1937 llevaba su relato más o menos por la mitad), esperando que se cumpla solemnemente su sentencia de muerte, atendido en sus necesidades espirituales, en sus necesidades como escritor novel (que no le falte recado de escribir a este nuevo Cervantes…) y en sus encargos y últimas voluntades (el guardia civil que recibe estos encargos confiesa no saber si Pascual los hizo en tono “de súplica o de mandato”)…
Cuando Cela escribió esto, habría que haberlo condenado a una semana de ayuno y abstinencia: por incumplir, con tanta antelación, la Ley de la Memoria Histórica.
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