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Isla desierta

Cuando yo era muy joven

imaginaba que… a una isla desierta

me llevaría a mis amigos,

me llevaría mi memoria y…

mi biblioteca. Solamente.

Será porque creía

que de la arena de la playa de mi isla

brotarían las novias,

para que yo eligiera cada noche. Cada siesta.

Cuando ya fui mayor me conformaba

con llevar a mi isla

mi selección de libros: mil, doscientos,

cincuenta, veinte, dieciocho, diez.

Ya soy más que mayor; no llevaría libros

(las obras completas de Cervantes como mucho),

sino papel, tinta y pluma para escribirlos yo.

Cuando sea mayor que muy mayor

(si no me muero antes)

querré irme a mi isla solo, sin equipaje;

y convertirme en un saco de mantillo

para sus cocoteros.

Selectividad

La UCA (no la Unión Ciclista Algecireña, sino la Universidad de Cádiz) nos ha convocado, como cada año, a los responsables de la preparación para las Pruebas de Selectividad. La cita, en la Escuela Politécnica. Llego media hora tarde. Y la reunión, no sólo no ha empezado, sino que todavía no se sabe con seguridad en qué aula se va a celebrar. Bien es verdad que ya ha tenido lugar un preludio protocolario en el salón de actos: este año he tenido la suerte de perdérmelo. En la puerta del aula, mientras esperamos que nos den entrada, comento a alguna compañera que en cuanto nos digan que todo sigue igual, un año más, en la Prueba de Lengua, me levanto y me largo. Efectivamente, es lo primero que nos dicen. Pero yo, que he ido andando desde mi casa, una hora a buen paso, y ya me he arrellanado en la cómoda butaca (del Salón de Posgrado, donde, finalmente, nos han dado acceso), pienso que enfadarse es malo para la salud, y que adónde voy a ir, de seis a siete de la tarde, que pueda estar más a gusto que entre estos estupendos colegas. Efectivamente, he pasado tres magníficos cuartos de hora de reposo. Y  ahora, a trabajar.

Escritura invertida

«Tiene don Luis de Góngora un extraño soneto»… Así comienza una página de Azorín en la que comenta el que comienza «Descaminado, enfermo, peregrino». El que yo recuerdo aquí hoy es «De pura honestidad templo sagrado». En los dos cuartetos y en el primer terceto, Góngora invoca a una dama mientras la va describiendo metafóricamente como un templo (un templo tan bello que ha debido ser «por divina mano fabricado»): el cuerpo, la cara, el cabello… Góngora describe a esta mujer de abajo a arriba, pero, por el orden de la escritura, estos elementos van apareciendo ante el lector de arriba a abajo. En la arquitectura del soneto, el segundo terceto tendría que aparecer culminándolo, como en el culmen, en el altar mayor, en el sancta sanctorum de ese templo, tendría que aparecer la imagen del dios al que el templo se consagra; o el alma de la mujer, que hace divino el templo de su cuerpo; esa alma femenina que el poeta adora («Ídolo bello, a quien humilde adoro»).

Hoy he recordado este soneto de Góngora al leer la columna periodística de un columnista que me parece especialmente bueno. El final de su columna, invertida, con el capitel en lo hondo, muy bien labrado, como el altar en el templo de Góngora, me ha hecho echar de menos la escritura invertida, la que crecería de abajo hacia arriba, como las obras arquitectónicas.