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Gabriel y Galán

Querido, admirado y bendecido lector de Certe patet:

Si, entre 1939 y 1959 (por evitar el número redondo, o sea, el cero), tuviste la ocurrencia o el atrevimiento de nacer en España, en cama con colchón de lana, de borra o de farfollas, y si tus padres no te pusieron a trabajar en cuanto cambiaste los dientes de leche por los de la mala leche, sino que cuando hiciste la primera comunión, o algún año después, te entregaron al brazo académico o eclesiástico de la sociedad para que hicieran de ti un bachiller (o bachillera: las había aunque no abundaban), o un curilla o una monjita (los había a patadas), es probable que alguno de tus educadores, o de tus libros de texto, te presentara, te hiciera oír o leer, algún poema de este poeta docente y rural, ganador de juegos florales y amigo epistolar de don Miguel de Unamuno.

Por mi parte te puedo decir que el párroco de mi pueblo, en cuya tropa de monaguillos el que aquí escribe se encuadraba, le era muy aficionado: nos leía sus poemas e incluso nos hacía aprendernos alguno de memoria. Yo aprendí varios, entre ellos uno muy largo que se titula “La pedrada” (“Cuando pasa el Nazareno / de la túnica morada, / con la frente ensangrentada, / la mirada del Dios bueno / y la soga al cuello echada”…), en quintillas. Me lo aprendí y me lo aprendí. Y recuerdo de aquel aprendizaje que yo era tan rural, tan terrón del erial (¿había llegado ya la tele al pueblo, la tele del ricachón Enrique Gómez, que fue la primera que llegó?… Por ahí, por ahí), yo era tan matojo de balate, que no conocía la palabra monstruo, que aparece en el poema; y, por supuesto, ni tenía diccionario ni había estudiado las reglas del uso de la tilde; y pronunciaba monstrúo que, como descabalaba la métrica del verso, sonaba monstruosa.

José María Gabriel y Galán fue un poeta de aquella España terronera, apegada a sus tradiciones y a su catolicismo; un poeta de verdad, sensible y honesto, y con excelentes cualidades y habilidades para los ritmos de la palabra rimada. Hoy nadie lo lee; como nadie lee a Lope de Vega, a Quevedo o a Juan Meléndez Valdés, a no ser alumnos a los que un profesor les impone esta tarea para aprobar la asignatura.

Pues bien, hoy precisamente me he acordado yo de este poeta que puso unos granitos de arena en mi educación –por mala que ésta sea, seguro que habría sido peor sin esos granitos–; y, como tengo sus poesías completas, compradas de saldo hace casi veinte años, por un importe más o menos equivalente a un par de cervezas, he copiado, para mis alumnos de 3º D, un poema; uno de los entonces más leídos y celebrados: “Mi vaquerillo”. Copiarlo ha sido una relectura evocadora, emotiva, interesante y muy grata. Te lo recomiendo, lector de Certe patet. Aquí lo tienes: http://quareidfaciam.wordpress.com/