No por Antonio sino por
PABLO NERUDA
A la luz del otoño en el camino
el niño levantaba
en sus manos no una flor ni una lámpara,
sino una liebre muerta.
Los motores rayaban la carretera fría,
los rostros no miraban detrás de los cristales:
eran ojos de hierro, orejas enemigas,
rápidos dientes que relampagueaban
resbalando hacia el mar y las ciudades.
Y el niño del otoño con su liebre,
huraño como un cardo,
duro como una piedrecita, allí,
levantando una mano
hacia la exhalación de los viajeros.
Nadie se detenía.
Eran pardas las altas cordilleras,
cerros color de puma perseguido;
morado era el silencio;
dos ascuas de diamante
negro
los dos ojos del niño con su liebre;
dos puntas erizadas de cuchillo,
dos cuchillitos negros,
los dos ojos del niño allí perdido,
ofreciendo su liebre
en el inmenso otoño del camino.
Nuevas odas elementales. 1956.
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