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Economía de trueque

El mundo en el que me crié, el arcaico medio rural, es un mundo en el que las tradiciones arraigan lo mismo que los esquejes o las semillas. Y por lo mismo que arraigan con fuerza, tardan lo que ya se sabe en ser erradicadas.

En mis años de estudiante me producía asombro que, habiéndose inventado el arado de vertedera en el siglo XIV, todavía durante mi infancia, en mi casa y en las casas de todos los convecinos que poseían un trozo de tierra, se continuara conservando y usando, junto con el de vertedera, el modelo anterior: el arado de punta o arado romano…

Aprovecho para hacer constar que no fui un “niño yuntero”, aunque guié el arado por los “paterna rura” algunos ratos, más por empeño y cabezonería propios que por imposición paterna. Yo no fui niño yuntero, pero Miguel Hernández está entre la media docena de poetas españoles que sin duda habrán sido coronados por Apolo y las Musas en las cumbres de su amor.

Y vuelvo a mi tema: el apego a las tradiciones en el mundo rural; y por ende, el apego a la economía de trueque, que hoy hemos llevado al título. La economía, por definirla, anterior al dinero…

No voy a hablar de lo que mis padres intercambiaban con sus vecinos, ni de lo que mis hermanos mayores intercambiaban con sus amigos. Sólo de lo que yo, niño, intercambiaba con otros niños; o, muchacho, intercambié con otros muchachos de mi edad; o, estudiante, con otros estudiantes.

Lo malo es que me he vuelto a extender en el exordio… Estamos empezando a navegar y ya toca replegar las velas. Ya no me cabe más que un recuerdo en esta entrada: yo explicaba Matemáticas a mi vecina Mari Trini, y ella me prestaba su máquina de escribir (Olivetti Lettera 36) y sus obras completas de Vicente Blasco Ibáñez (editorial Aguilar). Imposible olvidar aquel verano.