En el colegio de mi hija, mientras espero a su “seño”, voy mirando los murales del pasillo. Uno me atrae especialmente la atención: muchas huellas o siluetas de manos en torno a la palabra PAZ. Me recuerda esas pinturas rupestres en las que siluetas de manos humanas se ciernen sobre las figuras de los animales que cazaban, o querían cazar, aquellos “hombres primitivos”.
Parece que, desde que el hombre existe, nuestros congéneres han sentido una fuerte tendencia a hacer de la mano o las manos un símbolo para expresar el poder, el dominio, la fuerza. Un símbolo o muchos símbolos: todo un lenguaje e incluso varios lenguajes.
Pienso en la gran cantidad de palabras castellanas que han heredado el lexema de manus del latín; palabras con significados muy diversos, como mancebo, emancipación, mantener, mandar…
Pienso igualmente en la enorme cantidad de acepciones que la palabra mano tiene en el Diccionario de la Real Academia; y más enorme aún la cantidad de locuciones de las que forma parte esta palabra.
Y pienso también en algunos pasajes de obras literarias en las que ese poder simbólico de la mano queda patente, por ejemplo en escenas de ese poema fundacional de la literatura española que es el Cantar de Mio Cid:
Mio Cid Ruy Díaz por las puertas entraba,
en la mano trae desnuda la espada.
En las canciones populares de ahora, encontramos la misma presencia continua y simbólica de las manos. En ese maravilloso invento de la Junta de Andalucía que son las pruebas de diagnóstico, concretamente en las de 3º de la ESO del curso pasado, los alumnos tenían que explicar o comentar la letra de una canción después de oírla. Era esta canción de “Hay manos buenas, hay manos malas, / manos que curan, manos que matan”, de Andy y Lucas.
Como acabo de decir, la cantidad de locuciones en las que está presente la palabra es infinita (a mano armada, echar una mano, una mano de…). A acariciar, oponemos manosear. A quien es habilidoso con sus manos le llamamos manitas; al que es lo contrario, manazas. En el partido España-Italia del domingo pasado veíamos al seleccionador italiano hablando con sus jugadores en un lenguaje manual, en lugar de hacerlo a gritos de apoplejía como el seleccionador español. Y en el mismo partido veíamos al Rey de España alzar los dos brazos y apretar, con su fuerza ya senil, los puños, gesto cuyo significado no hay que traducir. Como no hay que traducir la frase en latín con la que voy a terminar (porque ya hay que terminar, digo yo…). Es la última frase que pronunció Cristo en la Cruz, en ella una vez más presente el valor simbólico de las manos: “Pater, in manus tuas commendo spiritum meum”. No hace falta traducir…
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