Ha de llegar el día
en que todos hablemos un idioma.
Todos el mismo idioma.
Todos como al principio,
antes de que la ira de Yaveh considerara una montaña
unos granos de arena amontonados
por la fuerza infantil de unas criaturas
tan débiles, tan frágiles, tan torpes.
Todos el mismo idioma.
Vuelta sosiego ya la ira del Altísimo.
Terminado el castigo de Babel,
esa cruel condena
por la que un hombre dice “Bendito el pan de trigo”,
y su vecino entiende “Maldito tú, enemigo”.
Todos el mismo idioma: romance de paisanos
que negocian, relatan,
buscan trabajo, amante, hacen deporte…
y nunca entienden “¡Muerte!”
cuando el vecino ha dicho “¡Suerte!”.
Fin de Babel. ¡Gracias, Yaveh!
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Me gustaría vivir ese día, pero es demasiado optimista… hasta para mí 🙂
Me gusta, saludos!