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Meter la cuchara

En aquel pueblecillo en que me crié, que ya no existe, no se empleaba la cuchara sino la guchara. Seguramente a este maravilloso y sencillo utensilio se le había adjudicado una etimología relacionada con el gusto. Y es que, lo mismo en aquellos tiempos que en los presentes, verdaderamente da gusto meter la cuchara en un buen plato, e irse llenando sin prisas y sin cortapisas la buchaca. Por eso meter la cuchara sigue siendo la locución para expresar una acción que identificamos como lo mejor de la vida: participar en algo bueno de lo que en ella se cuece. Y, por el contrario, entregar la cuchara es la locución más expresiva y lamentable de morir.

Según la información con la que cuento, la etimología de cuchara se remonta a cochlea, caracol. Si esto es así, me inclino a pensar que nuestros hermanos más primitivos descubrieron con fruición la utilidad de algunas conchas marinas para llevarse a la boca los restos menudos del festín; utensilios mucho más eficaces que los dedos para rebañar sustancias lábiles deliciosas, que no se podían ni se debían abandonar a la voracidad de las alimañas.

Así yo cuando más cerca me siento de mis ancestros es cuando mi señora prepara unos mejillones al vapor, que le salen de lujuria, y con su misma concha (la de los bivalvos, no seáis exagerados) voy convirtiendo en cosa mía ese caldito que reúne y resume las delicias del mar y de la tierra.

Decimar es resistir

A Rosa Montero

Si niego que necesito

decimar cada bimestre

es porque de San Silvestre,

última a que me remito,

hasta hoy en que vomito

la que ahora estás leyendo,

o de números no entiendo

o no ha pasado ni un mes.

Ni un mes y ya aquí me ves

decimando y resistiendo.

Tres libros que tengo aquí delante

1

Figuras y situaciones de la ‘Eneida’, de V. Eugenio Hernández Vista. G. del Toro Editor. Madrid, 1969. Fue mi libro de texto de Latín en Preuniversitario (curso 1969-70, instituto Padre Suárez, de Granada). Sus páginas están llenas de anotaciones a mano hechas por mí a lo largo de aquel curso. Páginas que amarillean, y tienen ya el borde de color terroso; la encuadernación, en cambio, se mantiene sin deterioro. El profesor de la asignatura fue don Pascual de la Chica, un hombre corpulento, calvo y lleno de bondad, al que guardo un afecto y una gratitud que no han sido disminuidos por el paso del tiempo.

2

Eneida, de Virgilio. Edición de Carlos Fernández Corte. Traducción de Aurelio Espinosa Pólit. Col. Letras Universales de la editorial Cátedra. Madrid, 1998 (5ª edición). Copio de la contraportada:

La versión en endecasílabos libres que presentamos es la culminación de una ingente labor de traducción y exégesis a la que su autor, Aurelio Espinosa Pólit, dedicó toda su vida.

Y copio en la página 102:

Aurelio Espinosa Pólit, jesuita y rector de la Universidad Católica de Ecuador, murió en 1961 a la edad de 66 años, sin haber visto publicada su obra capital, Virgilio en verso castellano, , cuya aparición se produjo en México pocos meses después de su fallecimiento.

Un libro con el que refresqué mi conocimiento de la obra en el verano de 2003. Una verdadera gozada esta lectura.

3

Antología de la poesía latina. Selección y traducción de Luis Alberto de Cuenca y Antonio Alvar. Prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Col. El Libro de Bolsillo, de Alianza Editorial. Primera edición en “Biblioteca temática”, 2004. Es un precioso librito de 180 páginas. Lo acabo de adquirir y he leído sólo la mitad. Entre lo ya leído se encuentran los veintiocho fragmentos que los traductores han seleccionado de la Eneida. Aunque creo que la Eneida es un libro tan selecto todo él, que Cuenca y Alvar primero han cerrado los ojos y luego han señalado con el lápiz los fragmentos, seguros de que Virgilio no les iba a fallar.

Copio ahora, también yo casi al azar, el mismo fragmento en los tres libros, el comienzo del Libro II de la obra:

1

Conticuere omnes intentique ora tenebant.

Inde toro pater Aeneas sic orsus ab alto:

“Infandum, regina, iubes renovare dolores,

Troyanas ut opes et lamentabile regnum

eruerint Danai, quaeque ipse miserrima vidi

et quorum pars magna fui.”

2

Enmudecieron todos, conteniendo

el habla, ansiosos de escuchar. Eneas

empieza entonces desde su alto estrado:

“Espantable dolor es el que mandas,

oh reina, renovar con esta historia

del ocaso de Ilión, de cómo el reino

que es imposible recordar sin llanto,

el Griego derribó: ruina misérrima

que vi y en que arrostré parte tan grande.”

3

El silencio reinaba. Todos los ojos dependían

del él; todos los rostros, en tensión, expectantes,

aguardaban su voz. Y el padre Eneas, desde su alto lecho,

comenzó: “Más allá de las palabras está, reina,

el dolor que me ordenas renovar: cómo los dánaos

arrasaron la opulencia troyana y el lastimoso reino,

deplorables escenas que yo mismo viví y sufrí.”