Ayer era domingo. Desayuno, aseo… y lectura. El libro, recién llegado, como el pan recién salido del horno, me atrapa desde los primeros párrafos con taurina, con taumatúrgica fuerza. Pero no puedo leer más de las diez o doce páginas primeras, porque tengo faena.
“A veces hago lo que quiero. El resto del tiempo hago lo que tengo que hacer”, contesta Cicerón a su jefe Máximo (Gladiator).
No les pienso decir cuál era la tarea que exigía mi energía. Y tampoco, de coraje, les voy a declarar ni el autor ni el título del libro de cuyo arranque me arrancaron los deberes.
No les voy a permitir que me conozcan demasiado. No les voy a dar la oportunidad de que lean ese libro antes que yo.
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