Esta noche tengo el cuerpo como de apaleado sin motivo. Son las once y para mí que son las dos de la madrugada. Ni me duermo ni soy capaz de digerir el huevo duro que no he debido comerme para la cena.
Así que si cojo el bolígrafo, me sale la mala leche a borbotones.
Normalmente cuando abro esta ventana, cuando certepateo, lo que me gusta es dar a mis dos o tres lectores, mis queridos lectores, la imagen de que soy capaz de divertirme planeando (no haciendo planes, sino volando con mi aeroplano) en un rincón cualquiera del jardín de la vida, siempre con riesgo de que me atrape alguna araña.
Esta noche, sin embargo, estoy malasombra; y lo que me apetece es insultar a ese ministro que llama ir al campo a ir de montería.
La gente con la que a diario me trato tiene una idea bastante más modesta de lo que es ir al campo.
Sr. Ministro: a pesar de mi mala leche de esta noche, no le voy a insultar. Pero sí le voy a pedir a usted que no insulte a la gente de mi pueblo.
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