Soy profesor: me debo a mis alumnos. Lo sé. Y lo cumplo hasta donde llegan mis fuerzas. Y cobro a fin de mes. Y me siento reconocido y respetado por mis alumnos (este curso: sólo alumnos mayores). Hasta ahí, normal.
Pero… ¿y mis jefes? ¿Por qué desconfían tanto de quienes ellos han seleccionado –una exigente selección: título universitario, experiencia docente, oposiciones…–para ocupar estos puestos de peones de las aulas? Los políticos llegan a los altos cargos con muchas menos garantías de competencia… O llegan con la única garantía que interesa a los políticos: la lealtad –sumisión—al Partido. ¡Ah! Eso es lo que los políticos en el poder no ven en los maestros: sumisión. Y buscan el modo, ya que no hay sumisión, de imponer una mínimamente disimulada esclavitud.
Señores (esclavos) profesores: No hay más ética que la que impone el Gobierno. No existe el bien, sino el Gobierno. No hay otro lenguaje que el que impone el Gobierno. No existen las artes ni las ciencias sino por los cauces que determina el Gobierno. Nuestro Gobierno Autonómico, o sea, vuestro Gobierno.
Así que ya sabemos en qué consiste una Administración cercana al ciudadano: un monstruo dormita en las riberas del Betis. Y puede aplastarnos con sólo mover un párpado.
Et bien… On ne m’auras pas, moi. Vous ne m’aurez pas, moi. Je ne vous suivrai pas. Yo soy un profesor; y me debo a mis alumnos.
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