Reconozco que es absolutamente miserable dedicar unos minutos a escribir cuatro líneas acerca de la labor de un maestrillo en las aulas; hoy por hoy, cuando los temas del paro y de la crisis económica nos tienen a todos acogotados, acongojados y acojonados.
Aunque quizá no son cuestiones tan distantes: educación y economía. Pongo por testigo a Arcadi Espada con su artículo de hoy en El Mundo (no sé para qué cojones escribe un asnalfabeto como yo cuando ya se encargan de esa tarea profesores como Espada).
En fin; lo que en unos es virtud, en otros es vicio: trátese de beber vino, yogar con dama o escribir prosa llana. Sigamos, pues, con nuestro vicio adelante.
¡Qué cruz de políticos educativos! Crucificados no pagan. “Habría que ahorcarlos”, afirma el académico Pérez-Reverte.
No tienen (los alumnos… los políticos tampoco) apenas vocabulario, no entienden lo que leen, son incapaces de escribir dos palabras sin cometer tres herejías… Pero deben redactar finos comentarios críticos sobre la “lectura comprensiva” que acaban de efectuar; porque se les supone el conocimiento y la madurez (y las demás virtudes teologales y cardinales) como se les suponía el valor a los soldados de la antigua puta mili.
Lo que me gustaría a mí decirles de vez en cuando a estos niños, con cara de muy mala leche: “Leed, leed, malditos. Y al que se mueva le disparo”. Como en aquella película de la carrera de caballos, en la que Gene Hackman, antes de comenzar la carrera, se va a relajarse con una fulana. La chica, desenvuelta y complaciente como es natural en su oficio, le pregunta, en tono de camarero a comensal: “¿Cómo quieres que lo hagamos, cariño?” Y el cowboy, compañero habitual de los mudos caballos, que, alarmado, comienza a temer la verborrea de la ninfa, le contesta cortante: “¡En silencio!”.
Pues eso es lo que me gustaría a mí decir a las criaturitas: “¡En silencio! No abráis la boca, que se os salen las palabras que acabáis de tragar como si fueran un jarabe nauseabundo.”
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