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¡En silencio!

Reconozco que es absolutamente miserable dedicar unos minutos a escribir cuatro líneas acerca de la labor de un maestrillo en las aulas; hoy por hoy, cuando los temas del paro y de la crisis económica nos tienen a todos acogotados, acongojados y acojonados.

Aunque quizá no son cuestiones tan distantes: educación y economía. Pongo por testigo a Arcadi Espada con su artículo de hoy en El Mundo (no sé para qué cojones escribe un asnalfabeto como yo cuando ya se encargan de esa tarea profesores como Espada).

En fin; lo que en unos es virtud, en otros es vicio: trátese de beber vino, yogar con dama o escribir prosa llana. Sigamos, pues, con nuestro vicio adelante.

¡Qué cruz de políticos educativos! Crucificados no pagan. “Habría que ahorcarlos”, afirma el académico Pérez-Reverte.

No tienen (los alumnos… los políticos tampoco) apenas vocabulario, no entienden lo que leen, son incapaces de escribir dos palabras sin cometer tres herejías… Pero deben redactar finos comentarios críticos sobre la “lectura comprensiva” que acaban de efectuar; porque se les supone el conocimiento y la madurez (y las demás virtudes teologales y cardinales) como se les suponía el valor a los soldados de la antigua puta mili.

Lo que me gustaría a mí decirles de vez en cuando a estos niños, con cara de muy mala leche: “Leed, leed, malditos. Y al que se mueva le disparo”. Como en aquella película de la carrera de caballos, en la que Gene Hackman, antes de comenzar la carrera, se va a relajarse con una fulana. La chica, desenvuelta y complaciente como es natural en su oficio, le pregunta, en tono de camarero a comensal: “¿Cómo quieres que lo hagamos, cariño?” Y el cowboy, compañero habitual de los mudos caballos, que, alarmado, comienza a temer la verborrea de la ninfa, le contesta cortante: “¡En silencio!”.

Pues eso es lo que me gustaría a mí decir a las criaturitas: “¡En silencio! No abráis la boca, que se os salen las palabras que acabáis de tragar como si fueran un jarabe nauseabundo.”

Te vi las llagas, seor Villegas

Eras más hideputa que poeta,

Francisco Villanísimo Quevedo,

que escribías de burlas cuando pedo

y cuando seco orabas como asceta.

Bajo la cruz de tu capa la secreta

ambición de grandeza hilabas quedo.

La caridad… a ti te importa un bledo;

pero San Marcos sujetó tu jeta.

Tu miserable drama, seor Villegas,

ha llegado a su fin. Ahora siegas

lo que ha estado sembrando tu malicia.

Tu cojera moral cogerá el fruto

que cultivó tenaz. Si no por puto,

al infierno te vas por tu sevicia.

Caminata matutina

Vengo de ver el monte

puesto de abril;

vengo de ver de flores

tapices mil.

Vengo de oír el canto

del ruiseñor;

vengo de oír de olas

manso rumor.

Y de abrazar la tierra,

beber la bruma,

acariciar la fronda,

besar la lluvia.

Cada criatura

canta hoy en el campo

un aleluya.