• Páginas

  • Archivos

  • abril 2009
    L M X J V S D
     12345
    6789101112
    13141516171819
    20212223242526
    27282930  

Fortunata y Regenta

He leído una sola vez Fortunata y Jacinta. Una lectura, eso sí, sin prisa, con anotaciones a pie de página, subrayados y vuelta atrás cada vez que me apetecía. La razón segunda es que, en el verano de aquella lectura, un servidor ejercía ya de profe de Lengua y Literatura. La razón primera es que lo que nos ofrece Galdós no es leer una novela: es vivir una vida, es vivir una época.

La Regenta, en cambio, la he leído unas cuantas veces: no sabría concretar cuántas. La he leído, la he releído y releído, la he estudiado… no postrado devotamente en el reclinatorio: hay que relajarse y repatingarse para leer un buen libro, esponjarse para que nos empape.

La diferencia de horas dedicadas a una y otra novela se debe a que ésta segunda cayó en mis manos mucho antes, cuando yo era muy joven, cuando tener horas y horas que dedicar a la lectura era mucho más fácil.

Las dos novelas merecen, no sólo ser leídas, sino, a pesar de su extensión, ser obligatoriamente leídas por todos los alumnos españoles antes de dar por terminado el Bachillerato.

Escribo ahora estas consideraciones y recuerdos por lo que acabo de leer en el Manual de literatura para caníbales, de Rafael Reig (un asturiano enmadrileñado): “Fortunata y Jacinta es la mejor novela española de todos los tiempos (sí, a pesar de Cervantes). Léase de inmediato. Después debe leerse La regenta, de Leopoldo Alas.”

No las dos: las tres novelas, la del canario, la del asturiano y la del castellano-manchego, deben formar parte de ese canon, de ese decálogo de obras literarias en lengua española –que nunca los expertos se han propuesto seleccionar porque las autoridades educativas nunca lo han demandado—que todo estudiante español debería haber leído para merecer el título de bachiller.

En fin, yo no soy un experto. Por lo pronto, voy a seguir leyendo este Manual de literatura para caníbales, porque me lo estoy pasando pipa con él. El problema es que voy por la mitad y ya las vacaciones se me acaban. Si mañana me hiciera el enfermo y, en lugar de irme al instituto, me quedara refocilándome en mi cubículo, seguro que me lo terminaba. ¿Qué opináis: me dejo llevar de la tentación?