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Libros desteto

Mi idea de lo que debieran ser los libros de texto anda muy apartada de lo que son éstos actualmente. Las leyes educativas mandan… Y a las vigentes habría que mandarlas a donde yo no digo.

Los libros de texto los confeccionan –cosa de corte y confección parece, más que de redacción—profesores (¡no van a ser cabreros o carabineros!). Profesores a los que les viene bien el complemento eurótico o sobresueldo que a tal trabajo, supongo, corresponde. Y nada que objetar por mi parte.

Sólo tengo que hacer una petición a las editoriales de estos libros (no es la primera vez que la hago desde esta ventana): que sus autores los revisen mejor, aunque sea a costa de que los editores desembolsen más…

De lo contrario, irán perdiendo clientes… Ya ha supuesto para sus ingresos una merma que la Junta de Andalucía los compre y los vaya pasando a sucesivas tandas de alumnos en la ESO. Si, además, los propios de los cursos de Bachillerato nos van pareciendo poco fumables a los que los seleccionamos para los alumnos, con herramientas tan eficaces como el ordenador e Internet, preferiremos dárselos caseros a los muchachos, con lo que les supondrá de ahorro.

¿Qué sigue habiendo profesores concienzudos a la hora de preparar un libro de texto? No lo dudo. E incluso yo apostaría una mano por Romano, el del blog amigo que les sale en la columna de la izquierda, autor de blogs y de libros de texto, y a quien no tengo el gusto de conocer en persona.

Pero… ¡lo dicho! Queridas editoriales: que se note que sólo hacen libros de texto los que fueron alumnos buenos en la ESO, no los “dulces prendas por mi mal rayadas”.

Fortunata y Regenta

He leído una sola vez Fortunata y Jacinta. Una lectura, eso sí, sin prisa, con anotaciones a pie de página, subrayados y vuelta atrás cada vez que me apetecía. La razón segunda es que, en el verano de aquella lectura, un servidor ejercía ya de profe de Lengua y Literatura. La razón primera es que lo que nos ofrece Galdós no es leer una novela: es vivir una vida, es vivir una época.

La Regenta, en cambio, la he leído unas cuantas veces: no sabría concretar cuántas. La he leído, la he releído y releído, la he estudiado… no postrado devotamente en el reclinatorio: hay que relajarse y repatingarse para leer un buen libro, esponjarse para que nos empape.

La diferencia de horas dedicadas a una y otra novela se debe a que ésta segunda cayó en mis manos mucho antes, cuando yo era muy joven, cuando tener horas y horas que dedicar a la lectura era mucho más fácil.

Las dos novelas merecen, no sólo ser leídas, sino, a pesar de su extensión, ser obligatoriamente leídas por todos los alumnos españoles antes de dar por terminado el Bachillerato.

Escribo ahora estas consideraciones y recuerdos por lo que acabo de leer en el Manual de literatura para caníbales, de Rafael Reig (un asturiano enmadrileñado): “Fortunata y Jacinta es la mejor novela española de todos los tiempos (sí, a pesar de Cervantes). Léase de inmediato. Después debe leerse La regenta, de Leopoldo Alas.”

No las dos: las tres novelas, la del canario, la del asturiano y la del castellano-manchego, deben formar parte de ese canon, de ese decálogo de obras literarias en lengua española –que nunca los expertos se han propuesto seleccionar porque las autoridades educativas nunca lo han demandado—que todo estudiante español debería haber leído para merecer el título de bachiller.

En fin, yo no soy un experto. Por lo pronto, voy a seguir leyendo este Manual de literatura para caníbales, porque me lo estoy pasando pipa con él. El problema es que voy por la mitad y ya las vacaciones se me acaban. Si mañana me hiciera el enfermo y, en lugar de irme al instituto, me quedara refocilándome en mi cubículo, seguro que me lo terminaba. ¿Qué opináis: me dejo llevar de la tentación?

Semana Santa

Cuando en el siglo XVI aparecieron aquellos reformistas que juzgaron necesario un cambio hacia un cristianismo más espiritual y menos ritual, más personal y menos controlado, la jerarquía de la Iglesia, con el Papa a la cabeza se opuso a ello. Así, los católicos entraron en la Edad Moderna sin modernizarse.

Hoy aquellos ritos de entonces se han convertido en folclore; y el folclore, a su vez, en turismo y comercio.

Habrá, sin duda, católicos que, en esta llamada Semana Santa, encuentren motivos para su edificación espiritual. Éste que aquí teclea lo que menos ve en la Semana Santa es religión. Y, aun siendo él agnóstico, lamenta este hecho, porque percibe una notoria falta de anclajes morales en esta sociedad. Anclajes que también podrían venir de una religión acorde con los postulados cívicos democráticos, ya que, al parecer, la mayoría de la gente no puede vivir sin algún tipo de soporte religioso.

Por desgracia vivimos en una sociedad a la que cualquier soplo de leve brisa conmueve, y que no resistiría un vendaval. ¡Cuánto menos un cataclismo!

En fin, visitantes de Certe patet, os deseo para estos “días santos” salud y ocio. Ocio, naturalmente, entendido a la manera antigua, como lo entendía Cicerón en el siglo I antes de Cristo; o, al comienzo de la Edad Moderna, el agustino fray Luis de León, cuando se retiraba a La Flecha, y oía las veces que le llegaban, procedentes del cielo, de la tierra o del infierno, a través de su espíritu.