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Por todas partes se nota la crisis

En llegando la temporada de verano, me baño en la playa a las ocho de la mañana. Me presento en la orilla como un centauro mecánico, o un canguro con ruedas, es decir, yo en mi bici. Y estreno la playa nuestra de cada día. Cuando acaba de pasar el tractor municipal de la limpieza, cuando Apolo es un niño todavía, y cuando el único compañero humano que se pasea por la arena es el buscatesoros, que va oscilando su trompa de oso hormiguero mecánico –ahora me doy cuenta de que tendría que haber titulado esta entrada “El centauro y el oso hormiguero”, o “El oso hormiguero y el centauro”, tanto monta.

El oso hormiguero es un hombre que ronda la edad de la jubilación, un jubilado imparable o un parajubilado; que, me temo, no ha sacado una verdadera sortija de oro de la arena desde hace treinta años o más, desde que yo encontraba monedas en el chorro descubierto que bajaba por mi calle de San Luis, en Gójar patria querida.

Lo que en la playa me ha chocado esta mañana ha sido que mi compañero Odyssey no era el pureta de todas las mañanas, sino un apolíneo ragazzo que no pasaba de los veinte. ¡A las ocho de la mañana de un sábado veraniego!, ¡y en feria que anda esta ciudad! Un ganimedes enganchado a la trompa mecánica, animado por la resoluta esperanza de que alguna de las anillas de latas de cerveza no sea tal, sino una alianza de platino con diamantes.

Cómo se nota que los vientos de desolación están barriendo nuestras casas –unas más que otras: es cierto–.

Ojalá hoy haya tenido suerte mi vecino de playa, mi marinero (¡alas del amor!) varado en las penurias de la arena.