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Literapia

Los enfermos, que somos todos, nos dividimos en dos categorías: enfermos leves y enfermos graves.

Enfermos leves, entre los cuales me cuento, somos los que no vamos al médico. Enfermos graves, entre los cuales posiblemente algún día me contaré, son los que no van al médico, sino que los llevan. Y no hay más grupos humanos. Serán grupos, sí, pero serán de otra especie.

A los enfermos graves los matan en los hospitales, después de hacerles el paripé de sí pero tal vez pero no. En el futuro la abundancia de longevos obligará al poder hospitalario a ser más expedito: “Diagnóstico: esta noche lo hacemos jabón”.

Los enfermos leves nos automedicamos:

a)    Con aspirinas (de marca o de mercadillo: todas son buenas).

b)    Con otros fármacos más espirituales: fútbol, sexo, bailes de salón…

c)     Con vino (ojo con mezclarle gaseosa, que los gases dañan la atmósfera interior y exterior). Dicen que el primer hombre que confió en los poderes terapéuticos del vino fue Noé, el patriarca por antonomasia. Noé salvó el vino de la putrefacción de las aguas del diluvio. Y Dios lo bendijo, porque el vino le hacía falta para convertirlo en la sangre de su hijo. Y dicen que Julio César Imperator ratificó al patriarca Noé cuando afirmó: “Vinum bibi et vici” (bebí vino y vencí).

d)    Con otros medicamentos poco difundidos todavía, pero que se están extendiendo en plan imparable, como las hormigas por mi casa: Internetina, Bloguina, Messengertina, Facebookina.

e)    Algunos practicamos la literapia. Pasiva: nos inyectamos intramuscularmente una obra maestra de la literatura. Activa: artis opusculum scribimus; comenzándolo siempre con la siguiente oración: “Ars, utinam meam dexteram regere posses”. Los zurdos no dicen dexteram, sino sinistram.

Y no hay más… ¡Salud, compañeros!