Amigos de Certe patet (haberlos, habeislos: ¿o ya no?):
Dentro de unas horas entra, meteorológicamente, el invierno. Ojalá todos tengáis una buena hoguera en la chimenea para calentaros el cuerpo, un buen adagio de Boccherini en el tocadiscos para templaros el alma. ¡Por supuesto que no! Este deseo mío no es mi regalo: es sólo mi deseo.
Mi deseo está en mí; y el regalo que os quiero hacer está en vosotros. Es un regalo algo socrático. Porque lo mismo que Sócrates decía aquello de “la verdad está en ti”, yo quiero que miréis en vosotros y veáis otra cosa, y la aceptéis como vuestra: vuestra duda. Quiero ofreceros el presente (¡miradla, ahí está, presente!) de vuestra propia duda. Casi siempre la mantenéis arrinconada porque no queréis verla, porque preferís la certeza. No os pido que reneguéis de vuestra certeza, sino que dejéis libre a vuestra duda para que vigile a vuestra certeza, y le señale, siempre que sea necesario, sus sombras, sus tropiezos.
Se vive con mucha comodidad en la certeza. Pero a la vida no hemos venido a vivir cómodamente, sino a vivir en plenitud. O sea, lo más libremente posible; y la parte nuestra que menos se deja atar, someter, por más que lo pretendemos, es nuestra duda.
Cristo dijo: “La verdad os hará libres”. Pues bien, yo os digo: “La duda os hará más libres”.
La duda no impide la sana actuación. El cirujano no va a dejar de operar por la duda de si se salvará o no se salvará su paciente; el cocinero no va a dejar de cocinar tal plato por la duda de si gustará más o menos a sus comensales. Pero a ambos la duda los mantendrá más atentos, más vivos, más vigilantes.
Por el contrario, cuántos atropellos, cuantos crímenes, cuántas barbaridades se han cometido en el mundo en nombre de una certeza que algún tiempo después quedó sumergida en un mar de dudas, cuando no desterrada como un mar de ignominia.
Hagamos ver a cuantos nos predican –políticos, ideólogos, clérigos…- que, por muy interesantes que sean sus prédicas, nunca nos las vamos a creer del todo; porque hay dentro de nosotros, viviendo felizmente en nosotros, un demonio al que nunca vamos a expulsar ni arrinconar: el travieso demonio de nuestra duda.
¡Feliz Navidad!
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