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EDUVISIÓN

Rubalcaba y Gabilondo, que forman trío amoroso con la seño Edu, han dicho que, como Gobierno que son y que gobierna, a todos los profesores y o barra profesoras nos van a mandar al MIR (Museo de Inservibles para el Régimen). No saben, o dicen que aún no saben, cómo van a componer el desmontaje educativo. Lo que un servidor sí tiene claro es cuál va a ser el EDUCATOR que nos va a sustituir. Lo dejó ayer perfectamente dibujado el ex ministro de Cultura César Antonio Molina en su artículo de El País: “El homo sapiens se ha transformado en pantalicus, absorbido por la televisión, por las pantallas de los ordenadores.”

Al poder político le bastará un profesor por asignatura; o, probablemente, un profesor y una profesora por asignatura: él para ellas y ella para ellos, salvos sean los casos homos. Y ninguno de los dos tendrá que ser una autoridad contrastada en la materia; bastará que ambos estén dotados de otras gracias más inmediatamente perceptibles a través de las pantallas. ¡Y vaya ahorro para los tiempos delicados que atravesamos! Solamente un profesor y una profesora por cada comunidad autónoma y asignatura.

¿Y no sería suficiente una pareja matemática, o una pareja sociálica, para todo el territorio nacional? No. No volvamos a las patrias antiguallas. La nación, mejor pequeñita pero cohesionada por el patiotismo (patriotismo de patio) que grande y libre de los tentáculos autonómicos.

-Alo, mes amies, mes chaires copines; maintenant, attention à l’écran. La leçon de Français est en train de commencer –dice un tío cachas que acaba de aparecer en la pantalla; un muchachote fornido que está, más que para hablarle en francés, para hacerle un francés.

Así que esto es lo que hay… Niños o niñas, alumnados o alumnadas, se ha acabado el instituto. Ahora todos y todas o viceversa, ¡al teletuto!

Labras palabras

“La mejor palabra es la que no se dice”. He aquí un proverbio tan acertado como el que más. La mejor palabra “no se dice”, se nos dice, nos la dice a nosotros lo más íntimo de nuestro ser. Es la palabra, el mensaje, que brota en nosotros cuando estamos solos, que fluye en nosotros como la verdad más íntima; no para que corramos a comunicarla a quienes tenemos más cerca de o más lejos, sino para que la administremos en el desenvolvimiento de nuestra vida como el tesoro más preciado. Tesoro del que, probablemente, carecen quienes se niegan a la práctica de al menos un rato diario de soledad. Porque es en ese tiempo solitario en el que nuestra verdad más íntima aflora, se nos hace presente, o sea, don incomparable.

Esa verdad nuestra, naturalmente, es compartible; como casi todo en la vida. Pero, desde que recibimos ese otro don maravilloso que es la alfabetización, la escritura, es por escrito como mejor comunicamos lo que en cada momento es comunicable desde nuestra verdad más honda; porque la escritura nos obliga a un ejercicio de selección, elaboración, pulimento y aprobación que normalmente no empleamos cuando hacemos uso de la palabra hablada.

Hay, sí, momentos de habla oral que se acercan a la escritura; son los momentos en los que hablamos con autoridad de una materia larga y arduamente trabajada, de una materia que dominamos; y lo hacemos, cómo no, desde el yo que nos constituye. En ese discurso oral, elaborado y controlado, también vamos vertiendo, con medida, proporción y recta intención, y no como consecuencia de una infantil necesidad de desahogo, la verdad que nos puebla.

¿No cabe, pues, la comunicación de nuestra íntima verdad, en la comunicación cotidiana? Por supuesto que sí. Pero frecuentemente en esas situaciones tendemos a dejarnos llevar de nuestro afán de reconocimiento, o de notoriedad, o de afecto; afanes espurios que enturbiarán la expresión de nuestra verdad. Por tanto, mejor será que aprovechemos la conversación ordinaria para prestar oído atento a nuestro interlocutor: aprenderemos más, y nos ganaremos mejor su afecto y agradecimiento.

Hay, no obstante, otra forma, de nivel superior, para conocer la verdad de quienes se comunican con nosotros. Y aunque a veces, qué pena, la rehuimos, es muy sencilla: consiste en leer lo que nos dan, elaborado, en sus escritos.

UNA CUESTIÓN DE CLASE

«Los pedagogos españoles han despojado a varias generaciones de las herramientas intelectuales para comprender el mundo»

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Los miembros de la bien llamada secta pedagógica, muy bien incrustados en el sistema político español, han arruinado, además de la escuela, la parte del lenguaje que tiene que ver con la enseñanza. Como es propio de los estafadores de las pseudociencias, han urdido una jerga opaca que oculta su perfecto vacío detrás de un simulacro de especialización técnica. De modo que para hablar de educación, para debatir con algo de racionalidad y provecho sobre la enseñanza y el saber, lo primero que hace falta es una operación radical de limpieza: negarnos a usar cualquier palabra o expresión que hayan sido inventadas o manejadas por ellos; llamar al pan pan, al vino vino, eludir acrónimos y siglas, porque de otro modo el lenguaje seguirá cautivo de la niebla mental en que lo han sumido los llamados pedagogos o expertos en pedagogía, cuyo mayor éxito en los últimos treinta años ha sido despojar a varias generaciones de las herramientas intelectuales para comprender racionalmente el mundo y para ejercer con soberanía y responsabilidad la ciudadanía. Políticos y pedagogos han alcanzado altos puestos –en algunos casos altísimos– no sólo a pesar de su profunda ignorancia, sino precisamente gracias a ella. Es comprensible que tanto los unos como los otros desconfíen como de la peste de las personas con conocimientos verdaderos que en cualquier momento pueden desenmascararlos. A tal fin, nada les conviene más que extender al común de la sociedad el estado de penuria mental en el que ellos viven. En el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Cuanta menos gente pueda señalar los disparates que declaman el pedagogo o el político menos peligro habrá de que su falta de formación, su frivolidad o su estupidez salgan a la luz.

Uno de los campos más fértiles de la impostura política es la manipulación de la Historia. Y no es casualidad que la Historia haya sido una de las disciplinas, junto a la geografía, que más han hecho por eliminar los pedagogos, con el argumento peregrino de que no son saberes que se puedan adquirir por la experiencia directa. Todas las castas políticas de las autonomías españolas, sin excepción, han recurrido a la falsificación de la Historia en beneficio de sus fines particulares de hegemonía o de legitimación. En Cataluña los libros de texto hablan alegremente de una “corona catalano-aragonesa” que nunca existió. En Canarias, un nacionalismo muy virulento, y muy poco estudiado, difunde dos leyendas fundacionales que ni siquiera tienen coherencia entre sí: los crueles invasores peninsulares exterminaron sin compasión a los guanches; los canarios actuales son descendientes de los guanches. El embuste fortalecido por la ignorancia colectiva puede tener consecuencias grotescas, aunque también trágicas, o grotescas y trágicas al mismo tiempo: detrás de esos pistoleros de veintitantos años que por fortuna ya tienen pocas ocasiones de matar en el País Vasco, pero que tanta sangre y tanto dolor han derramado, hay siempre un relato mitológico no amortiguado por ninguna conciencia racional ni desmentido por la solidez de la información histórica. Y en Andalucía, una sociedad clientelar y abrumadoramente despojada de iniciativa cívica y dinamismo económico es aletargada en la complacencia por un relato narcisista y novelero del pasado: la tierra en la que convivieron “las tres culturas” en una especie de parque temático nacido de la imaginación de algún asesor del presidente Rodríguez Zapatero o de la ministra Bibiana Aído: el pasado maleable como la plastilina, deshuesado de cualquier inconviencia histórica, el pasado multicultural, diverso, no sexista, vernáculo.

Sin educación pública, una sociedad está indefensa frente a los charlatanes. Algunos contarán (a veces en canales de radio o televisión costeados con el dinero de todos) que el destino de las personas está escrito en las estrellas, y que la fecha de nacimiento determina las inclinaciones y el carácter; otros, que el mundo fue creado por Dios en seis días, o que los que no comparten nuestra fe no merecen vivir, o que la culpa de todas nuestras desgracias la tiene el torvo gobierno central o la gente de la provincia de al lado; otros, que tenemos la suerte de pertenecer a un pueblo elegido, que lleva cientos o miles de años manteniéndose idéntico a sí mismo a pesar de las conspiraciones incesantes de nuestros enemigos.

Pero quizás los charlatanes más insidiosos son los que nos quieren convencer de que somos los que parece que somos por nacimiento, y de que sin necesidad de hacer nada, de esforzarnos en nada, tan sólo desplegando nuestros caprichos o nuestras inclinaciones, nos podremos “realizar”. El charlatán más peligroso, en estos tiempos, es el que te dice, como aseguran casi todos los anuncios, que “tú” eres el centro del mundo, que sólo tienes que pedir por esa boca para alcanzar lo que deseas, que lo que no es divertido no puede ser interesante, que eres –otra palabra de moda– “especial”. En este punto, a la caterva de los políticos y los pedagogos se une una tercera clase de estafadores: los publicitarios, los así llamados “creativos”. Me gusta fijarme en los anuncios, y en los últimos años se ha impuesto en ellos la moda de halagar a un “tú” que al parecer ejerce su risueña soberanía sin más esfuerzo que abrir una cierta cuenta, comprarse cierto tipo de móvil, hacer turismo en determinada autonomía, etc. “Tú eres el protagonista”, “Bienvenido al universo tú”, “Andalucía te quiere”, “Madrid está loca por ti”.

El cultivo del narcisismo ilusorio se corresponde con la perfecta irrelevancia política, y cuanta mayor sea la ignorancia menores serán las herramientas de emancipación.

Porque aquí, como en todo, subyace una cuestión de clase: los pobres, los inmigrantes, los desfavorecidos, son los que más necesitan la escuela para avanzar socialmente, para descubrir y desarrollar las propias capacidades, para encontrar un sitio justo en el mundo. Los privilegiados ya se ocupan de dar a sus hijos las ventajas educativas y las redes de contactos que les permitirán situarse. Lo que menos perdono a los políticos y a los pedagogos españoles es que, en nombre de un demagógico igualitarismo, han fortalecido escandalosamente la desigualdad.

http://www.revistamercurio.es/index.php/revistas/549-08una-cuestion-de-clase