Fin de la Navidad de los maestros.
Dejemos de ser padres, hijos, yernos,
amantes ávidos, esposos tiernos,
para volver a ser seres siniestros.
Nuestros alumnos nunca serán nuestros
amigos, hijos: son los sempiternos
defecadores, los que quieren vernos
convertidos en hez de sus cabestros.
Pero… ¡qué digo, Dios, qué disparates!
Son mis hijos, mis niños, mi alegría.
¿Qué haría yo sin ellos en la tierra?
Ellos son mis notables, son mis cuates,
son mi dulce labor, son mi obra pía,
son mi guerra en la paz, mi paz en guerra.
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