El frío humor de Paquita no era el ingrediente más adecuado para despertar el ardor del inglés, al cual, por otra parte, no se le escapaba ni lo absurdo de la situación ni las consecuencias nefastas para todos que por fuerza había de tener aquella aventura. Pero estas reflexiones nada podían contra la presencia física de Paquita en el reducido espacio de la habitación, cuya atmósfera parecía haberse cargado de electricidad. Eso mismo debió de experimentar Velázquez por la mujer de don Gaspar Gómez de Haro, con grave peligro de su posición social, de su carrera artística y de su vida, pensó Anthony mientras abandonaba toda cordura y se precipitaba en los brazos de la adorable joven.
Media hora más tarde ella recogió el bolso del suelo, sacó una pitillera y un encendedor y prendió un cigarrillo.
-Nunca te había visto fumar –dijo Anthony.
-Sólo fumo en ocasiones especiales. ¿Te molesta?
En su voz había un leve titubeo en el que Anthony creyó advertir una sombra de ternura. Cuando hizo amago de abrazarla, ella rechazó su avance con suavidad.
-Acabo el cigarrillo y me voy –murmuró con la mirada perdida en las manchas del techo-.
EDUARDO MENDOZA
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Joer podias decir al menos que es de riña de gatos.
Saludos
Así me gustan a mí los amigos: puestos al día en literatura. ¡Salud, camarada!