Bien sabe Dios que uno no es creyente;
aunque quisiera serlo algunos días
en que las penas pasan a agonías
que abrasan como lava por torrente.
Ven, padre Dios, y tócame la frente;
quiero que con tus sabias manos pías
sofoques estas negras llamas mías
que me queman el ánima y la mente.
Pero no, padre Dios, no me hagas caso;
prefiero que te quedes donde mismo
moras ahora: en muda inexistencia.
Pues nada pierde el mundo si me abraso,
o me hundo en lo más hondo del abismo,
o si soy lo que tú: nomás ausencia.
Filed under: Poemas |
Responder