Dejé la infancia y me alejé
de la pasión del fútbol.
Y me alejé igualmente
del mundo rutilante de los templos…
Salve Regina Mater, Veni Creator Spiritus…
Comenzó a parecerme todo eso
papilla celestial, cine de fantasía.
Luego, mientras duró mi juventud,
fui devoto y voraz peliculero:
la reciedumbre de John Wayne,
los ojos y los pechos de Kim Novak.
“Sé joven, ven al cine”,
decía por entonces un anuncio.
Me hice hombre y dejé de ver películas.
Y me metí en la realidad:
una esposa, unas hijas, un trabajo,
un piso que pagar y que amueblar,
los ratos con amigos copa en mano,
las largas caminatas por las calles o el monte.
A veces, reunida la familia,
vemos algún partido, o vamos a la iglesia,
o vemos una peli.
Y me gusta el partido, la misa, la película
vividos a este lado de la fe o de la tele.
De lo de allende pienso: qué pérdida de tiempo.
¡Tiempo! Es lo que ahora valoro:
que los minutos se dilaten,
que se ensanchen las horas y remansen los meses.
Al caudaloso río que avanza en la llanura
no le gustan las prisas.
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