Termino el almuerzo, y sus alrededores, en un estado de angustia satisfecha, de soporífera ansiedad. Porque el almuerzo ha sido óptimo y me ha dado energías para preguntarme, una vez más (es repetición que no merma el agobio), por qué los alumnos de ahora necesitan un profesor para rascarse las partes íntimas.
Me voy a la siesta y caigo en cama como quien cae en coma. Y después de un anchuroso y reparador interludio de cinco minutos de sueño, me despierto preguntándome si me interesará, llegado el momento, contemplar el enfrentamiento televisivo del otoño, el Rubaljoy. Y me respondo que no, que un servidor no telecinquea. Me digo que no va a ser una lid de líderes, ni un duelo de titanes. No va a ser ni siquiera un vuelo de milanos. Solo va a ser un poco más de circo y un poco menos de pan.
¿Fue útil, para votar con más conocimiento de causa y efectos, ver el debate entre Solbes y Pizarro? ¿De verdad nos ayudó a elegir la opción mejor?
Ahora me arrepiento de haber escrito la presente tontería, o antogonía. Lo que me tocaba era la Biblia: mi ración de tres capítulos. Porque leer nos trabaja la mente. Y ver la tele nos la trebeja. O nos la traba.
Filed under: Antogonías | Leave a comment »