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Compañera te doy

Mi amigo Juan Sisinio –Pérez Garzón- acaba de publicar un libro titulado Historias del feminismo. Por si leerlo me deja turulato e incapaz de écrire un mot, escribo ahora algo sobre el tema. En varios puntos:

  1. Mujeres con un par las ha habido siempre, sin esperar permiso de varón: Antígona, Electra, Safo, Teresa de Ávila.
  2. La cultura occidental ha tenido como uno de sus fundamentos la protección de los débiles: “Las mujeres y los niños primero”. Al Perceval de Chrétien de Troyes (siglo XII), al despedirlo le dice su madre: “Si encontráis cerca o lejos una dama necesitada de ayuda, o a una doncella que precise consejo, que vuestra ayuda le sea prestada, si ellas os requieren, pues todos los honores en eso se basan. Quien a las damas no honra, su honor debería morir”. Y poco después, cuando Gornemans de Goort lo arma caballero, le insiste: “… y os ruego, si encontráis a una doncella o mujer, ya sea soltera o dama, que si en algo está falta de consejo la aconsejéis, y haréis bien, si es que sabéis aconsejarla y podéis hacerlo”.
  3. Que el macho guerrero, protector del grupo, de la “tierra nativa”, ha cometido un montón de necedades, ¿quién lo niega? Pero ha sido el primero en pagar las consecuencias. En cada guerra, en cada batalla, cuántos jóvenes varones muertos. En las exploraciones marítimas, en la ocupación de tierras, en la explotación de minas, en la pesca de altura, en la construcción de grandes y grandiosos edificios, ¡cuántos jóvenes varones muertos!
  4. “Vengamos a lo de ayer”, que dice don Jorge. Mi padre y mi madre. ¿Era mi madre más desgraciada quedándose en casa, en sus faenas, que mi padre yendo a la mili, a la guerra, a ser esclavo de los riquillos del pueblo? No lo creo.
  5. Hemos llegado a tiempos más igualitarios. La mujer no necesita protección del hombre. El hombre no es capaz de procurarle protección a la mujer. Las mujeres van al instituto, a la universidad y al tajo. Los hombres se remangan y guisan un puchero, cambian un pañal, sacan brillo a los muebles. Estupendo. Somos más iguales, pero no más felices: ni los hombres, ni las mujeres, ni los niños. Hemos cambiado nuestras formas de vida, no nuestra condición humana.