· El profesor que más disfruta leyendo literatura es el que más sufre leyendo lo que escriben sus alumnos.
· Quien cierra la puerta a las palabras que lleva dentro, tiene, si no quiere explotar, que abrirles una ventana: la de arrojar al mar –o al mal- sus emociones, la de dejar en el papel –o en Internet- sus eclosiones, la de enviar a Dios –o a Satanás- sus oraciones.
· Me encanta pasar desapercibido: que no me comuniquen ningún apercibimiento.
· Gesticular, aunque algunos así lo crean, no es hacer gestos con el culo.
· Dialogar, aunque algunos así lo practiquen, no es lanzar manotazos a la cara y el pecho del interlocutor, como buscando el gancho a la mandíbula.
· El profesor de literatura agradece a los alumnos la obligación de releer a Garcilaso o Góngora para actualizar sus clases; pero agradece más que lo liberen de esa obligación con las vacaciones, que le dan tiempo para buscar otras lecturas, para encontrar otras joyas.
· Me gustaría saber, por puro amor a la estadística, cuántos españoles están leyendo actualmente el Quijote por el mero gusto de leerlo, no porque se lo ha mandado un profesor de literatura.
· Las palabras humano y humilde tienen la misma raíz: de la tierra, apegado a la tierra, significan respectivamente. Temporalmente, a veces, la gracilidad oculta la humildad. Gracilidad es la gracia alada que, gratis, dan los dioses a algunos, que, gráciles, se elevan volando, se alejan de la tierra; hasta que pierden esa gracia. Y caen.
· Me gustaría conocer, por puro sentimiento de hermandad y por puramente estúpida curiosidad, cuántos humanos, desde que existen los humanos, han muerto en el espacio que ahora ocupa mi casa, tienen convertida mi casa en su panteón.
· El profesor que más disfruta leyendo literatura es el que lee el logrado pasaje literario, mucho más si la obra literaria, que ha escrito alguno de sus alumnos.
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