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El poema: no yo

Hoy he llevado al instituto, en mi cartera nueva, los Cantos iberos de Gabriel Celaya. Más que nada por sacarlos en procesión, como los santos pasos de la pasada semana, santa. Y más o menos con la misma devoción, o sea, poca.

Y he visto –dato borrado en mi memoria, también poca- que el encabezamiento es la estrofa 6 del primer poema de Campos de Castilla, “Retrato”; prescindiendo de la pregunta y respuesta que ocupan los tres cuartos del verso primero:

 

[¿Soy clásico o romántico? No sé.] Dejar quisiera

mi verso, como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio  del forjador preciada.

 

Yo confieso que nunca he entendido la susocopiada estrofa. Aunque mi lectura de hoy me ha hecho ver que mi “no la entiendo” quería evitar, ante el sagrado Machado, un “no la acepto”.

Un poeta se tiene que parecer más al herrero, al forjador, que al capitán: construye versos, no los esgrime. Los poetas que esgrimen sus versos lo que suelen hacer es ponerlos en evidencia, mostrar que son de hojalata y no de acero. Al menos desde que se generalizó la alfabetización: de lo de antes no digo nada.

Los versos se tienen que buscar la vida solos: encontrar a alguien que los pregone o resignarse a morir en el olvido.

 

Id con Dios, versos míos, y Dios quiera

que el calor que sacasteis de mi pecho,

si el frío de la noche os lo robara,

lo recobréis en corazón abierto

donde podáis posar al dulce abrigo

para otra vez alzar, de día, el vuelo.

 

Estos versos de Unamuno sí que me cuadran. El poeta los echa a volar. Y, deseándoles lo mejor, a ver lo que encuentran.

Aunque tampoco está mal que los eche a enterrar, como semilla para nueva cosecha. Por eso también me encantan aquellos versos que don Antonio Machado dedicó al de Berceo:

 

Renglones como surcos en pardas sementeras

 

Un verso puede ser bueno sin ser un pájaro cantor: siendo solo una semilla que cae al abrigo de la tierra.

Y nada más se me ocurre ahora que pueda ser un verso: ni una fórmula mágica, ni una espada, ni un arma cargada de cartuchos, ni un aval para la gloria del poeta, condenado a la muerte como cada quisque.

Una respuesta

  1. «Un poeta se tiene que parecer más al herrero, al forjador, que al capitán: construye versos, no los esgrime. Los poetas que esgrimen sus versos lo que suelen hacer es ponerlos en evidencia, mostrar que son de hojalata y no de acero».

    Certero párrafo. Mucho en tan poco. Sustituyendo «poeta» por cualquier otro oficio de la cultura, podemos comprender (aunque la New Age sea incomprensible para todos excepto para unos cuantos elegidos) lo que está pasando con la música, pintura, etc.

    Pero, bueno,por desgracia los asuntos «democráticos» son así.

    PD: espero que tarde usted en dejar de templar párrafos, y si lo hace,con la que está cayendo, fórjese un buen escudo y deje las armas para los ilustres personajes de la historia, que está comprobado que armas y poetas no se llevan bien. «Menos mal que con los rifles no se matan las palabras», decía algún buen hombre por ahí…

    Un saludo.

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