Lo escribo sin rodeos y sopesando las palabras: ahí es en primer lugar, en la relación con los inmigrantes, donde habrá que pelear la gran batalla de nuestra época, ahí es donde la ganaremos o la perderemos. U Occidente consigue reconquistarlos, recobrar su confianza, integrarlos en los valores que defiende y hacer de ellos intermediarios elocuentes de sus relaciones con el resto del mundo, o se convertirán en el mayor de sus problemas.
La batalla será dura y Occidente no está ya en muy buena posición para ganarla. Ayer, lo único que le ponía trabas para ese comportamiento eran las dificultades económicas y sus propios prejuicios culturales. Hoy, hay que contar con un adversario de altura: esas identidades dañadas durante tanto tiempo y que se han vuelto dañinas. Antes, los inmigrantes, igual que los pueblos de las colonias, sólo le pedían a la potencia tutelar que se portase como una madre, y no como una madrastra; esos hijos, por despecho, por orgullo, por cansancio, por impaciencia, no quieren ya ese parentesco; enarbolan las señales de su pertenencia original y se comportan a veces como si su residencia adoptiva fuese territorio enemigo. Antaño eficaz, aunque un poco lenta, la máquina de integrar está ahora atascada. Y, a veces, hay quien la estropea con un sabotaje intencionado.
Amin Maalouf, El desajunste del mundo. Página 244.
Alianza Editorial. Col. “El Libro de Bolsillo”.
Madrid, 2011. 3ª edición (1ª, 2009).
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia.
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