A la vista de cierto ciprés cuya fotografía ya ha aparecido en estas páginas, compruebo si el soneto de Gerardo Diego titulado “El ciprés de Silos” se mantiene entero en mi memoria o se me ha olvidado algo. Sí: lo recuerdo íntegro.
Los buenos sonetos, entre otras muchas virtudes, tienen la de adaptarse bien a la dosis media, óptima, para una memoria normal. Casi sin darnos cuenta podemos hacer nuestra (mejor: parte de nosotros) una excelsa obra de arte que no por su brevedad tendrá menos valor. Los diamantes son pequeños y no por ello valen poco. Y lo mismo pasa con los dientes. Asociación que hago para dar pie a la frase de don Quijote: “en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante”. El cual caballero, cuando llegó a la casa de don Diego de Miranda, vio “muchas tinajas a la redonda, que, por ser del Toboso, le renovaron las memorias de su encantada y transformada Dulcinea; y suspirando […] dijo”:
-¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería!
O sea, automáticamente le vino a la memoria el arranque del soneto X de Garcilaso.
Pero, en los tiempos actuales, ¿más sonetos?
Los poetas españoles de ahora mismo todavía son capaces de escribir versos que se nos quedan para siempre en la memoria, que dicen de la más exacta manera lo que todos hemos sentido, pero no hemos sido capaces de decir. Y también son capaces, claro está, de jugar con las palabras, de volverlas del revés, de vaciarlas de sentido. Pero ni siquiera para ello han necesitado prescindir del soneto, ese artificio italiano capaz de admitir todos los clasicismos y todas las vanguardias.
Esto escribió recientemente José Luis García Martín en su reseña de Un siglo de sonetos en español, antología preparada por Jesús Munárriz.
Así que sí. El soneto no ha perdido vigencia.
Para terminar la entrada, no voy a copiar “El ciprés de Silos”, como había pensado. Sino el último que aparece en otra antología, la de la obra de Víctor Jiménez, El tiempo entre los labios (Renacimiento. Sevilla, 2009). Un soneto breve, casi un sonito. No obstante, para que no fatiguéis vuestras neuronas, os propongo que memoricéis solamente -por ahora- los tercetos:
LA VIDA
Del alba a la agonía
la vida es duda. ¿Acaso
pena? No viene al caso
hablar de la alegría.
Solo o en compañía
lo mismo, paso a paso:
mañana, tarde, ocaso…
y nada cualquier día.
Del alba a la amargura
hay tal vez lo que dura
sólo la primavera.
Después la vida pasa
de todo. Y no se casa
con nadie aunque la quiera.
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