Anoche vi una película francesa; cuyo título no voy a escribir aquí, ya que no tiene ninguna relación suficientemente clara con el argumento o con los personajes.
Una buena película, con la típica acidez del humor francés, mezclada con una dosis de la amargura inherente a la inmigración.
Humor y sobriedad narrativa, de modo que el drama presentado no se convierta en melodrama, aunque la historia contenga el ingrediente básico del melodrama en alta proporción: el contraste, la oposición, la antítesis, en la proximidad de la pareja protagonista. No, no son un hombre y una mujer, ni viceversa: son dos hombres. Uno, de pura cepa francesa, blanquito de piel por tanto, maduro, muy culto y refinado, riquísimo y tetrapléjico. El otro, un senegalés transportado de niño, negro como el azabache, rabiosamente joven, con la escueta cultura de la supervivencia en la calle, pobre como una rata, y un hermoso ejemplar de la negritud.
Por decir algo de los demás personajes, diremos que también se oponen entre sí: secundarios con relieve y significación en el comidrama, y comparsas o peleles.
Y ahora, a lo que voy…
El cine es arte exprés. El arte de la seducción rápida: tiene que enganchar al espectador desde el primer momento, y mantenerlo en vilo durante hora y media. Tiene que conseguir que el público de la sala –o de la salita- se le entregue sin reservas mentales en su adhesión, que se quede embobado mirando y oyendo lo que ocurre en la pantalla. Será después del final cuando el espectador podrá pensar y analizar si ha sido sabiamente seducido, incluso abducido, o solo embaucado.
Casi habría que creer que tienen más mérito los que hacen una película que mantiene al espectador en esa situación de entrega, y después del final este no tiene más remedio que reconocer: ¡Menuda estupidez que nos hemos tragado!
No es este el caso de la película que yo vi anoche: esta es una buena película de verdad. Pero, si ahora me pusiera a analizar la presentación que se hace de la historia, no tendría más remedio que concluir que los autores –en plural: una película es una obra colectiva- han puesto su talento y su arte al servicio de la seducción, no al servicio de la historia misma.
Quizá por eso la seductora pareja protagonista dedica su tiempo a actividades muy diversas; entre las cuales no parece encontrarse la de sentarse, o ser sentado, delante de la pantalla y ver una película.
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