Hoy se cumplen dos años del fallecimiento de la mía. Hace unas pocas noches –se lo contaba al amigo Ico Joaquín, ilustrador de este blog- soñé por primera vez que ella estaba muerta. No llegué a verla en el sueño. Entrábamos en su casa, mi mujer, mis hijas y yo, y la casa estaba limpia y en orden, pero ella no estaba. Entonces cayó sobre mí la certeza de que estaba muerta. Y me retiré a la cocina para llorar, pero mis hijas me siguieron para consolarme.
Hoy le voy a dedicar unos versos que no son míos; versos que ha escrito un poeta de verdad, dedicados a su madre, tan ida y tan presente como la Rosarico.
SIEMPRE
Haber tenido un bien como el que tuve
es poseer un don que no se agota nunca.
No era mi madre un cuerpo, aquella forma
que terminara de alentar un día
y que el tiempo deshizo porque su hacer es ese.
Su amado rostro, sus benignas manos,
su sonrisa tan pura, aunque hayan sido
muy dulces posesiones de mis ojos
y de mi corazón, no eran al cabo
-en los momentos tristes de las postrimerías—
más que las desgastadas y confusas
cáscaras de la luz, figuraciones
declinantes de un fuego que no ha muerto,
que no puede morir y que mantiene
su vigencia de amor en cualquier sitio
que mis pasos caminen.
A veces veo a mi madre
-inconfundiblemente, sin engaño ni rara
ilusión del mirar o del deseo
de tenerla conmigo- en la mañana tibia
de un día muy dorado de diciembre,
en una flor o un árbol, en un giro del aire.
En ocasiones la descubro incluso
en alguien que se cruza conmigo y al que yo
no había visto jamás, pero que es ella;
en mí mismo, en un gesto que le pertenecía
y hallo en mi propio espejo con asombro, en algunas
palabras que son suyas y pronuncian mis labios.
Nos encontramos con verdad tan grande,
con nitidez tan natural, que no
es en manera alguna necesario
decir, esta es mi madre que aquí sigue,
o, este es el hijo que tenía y tengo.
Ambos reconocemos que ese encuentro es la vida,
el relámpago eterno de amor que nos fue dado
del todo y para siempre. Y otra cosa no hay.
Eloy Sánchez Rosillo, Sueño del origen. 2011.
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Un recuerdo de tu madre.
Siempre que la recuerdo se me viene a la mente el Horno, donde nací y me crié. Tu madre venía a amasar. Yo un niño pequeño le pregunté que edad tenía. Una vieja, niño, me respodió. Tengo treintas y seis años. Era amable, cariñosa, sencilla y honesta, muy honesta. Jamás le oías hablar mal de nadie y ayudaba a todo el que podía.
Hablas de la honestidad de las personas, necesaria para que el mundo funcione, por encima de programas y tendencias políticas. Y recuerdas a dos intelectuales honestos: Vargas Llosa y muñoz Molina, y en verda, que me lo parecen.
Antonio tú, y no es coba, eres hionesto, fue la mejor herencia que te dejó tu madre; por eso llorabas cuando entraste en tu casa y a pesar de encontrar todos los muebels ordenados, a ella no la encontrabas. Pero estaba contigo, no tanto con tu ser físico, cuanto con tu hionestidad.
Me ha emocionado recordar todo esto.
Un abrazo
Pepe Rodríguez Molina
Mi agradecimiento emocionado a ti, mi amigo, mi mentor, mi maestro. ¡Y un abrazo irrompible!