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De Lucía Méndez

[…]

Millones de padres españoles han asistido en los últimos años a la imparable degradación de la educación en España, sobre todo de la pública. Los chavales salen del colegio y llegan a la universidad poniendo unas faltas de ortografía que hieren la sensibilidad, sin entender los textos por simples que sean, sin haber aprendido a argumentar, sin comprender el enunciado de los problemas de matemáticas. Casi el 40% de los alumnos suspenden la prueba de inglés en Selectividad. Las aulas en España son lugares sin disciplina, los profesores no saben cómo imponerla y los padres están tan perdidos, como dice el profesor José Antonio Marina, que no saben si darles a los niños una bofetada o la Visa. Las universidades, según abundantes testimonios en libros y artículos, son lugares endogámicos donde la fórmula para prosperar consiste en hacerle la pelota al catedrático.

Hay gritos de alarma por doquier sobre la necesidad de una auténtica revolución para restablecer en las aulas la disciplina y el esfuerzo. No puede dar igual suspender que aprobar. Aquí se pasa de curso con dos suspensos y todo el mundo lo considera normal. Cualquier informe serio alerta de que sin una mejora en la calidad de la educación este país no tiene futuro. Con todo esto delante de nuestros ojos, la controversia política sobre la reforma educativa se centra en la enseñanza del catalán, en la clase de Religión y en la elitista educación segregada. Y ahí tenemos al ministro del ramo poniéndose en jarras, como la torre de la Iglesia de San Sebastián de Galdós, y soltándole cuatro frescas al que pilla por delante. Qué vergüenza y qué mala suerte tenemos con nuestros gobernantes.

Es simple: se trata de entender a Galdós

LUCÍA MÉNDEZ (EL MUNDO, sábado 8 de diciembre de 2012)