El mundo se podría dividir en tres clases de personas: los que no leen nunca la Biblia, los que la leen habitualmente, y los que se apañan con los fragmentos que les lee el cura cuando van a la iglesia.
Yo Fui lector de este “libro de libros” en mi infancia y primera mocedad. Y ya dejé escrito, en una de las páginas que han ido desfilando por esta certepática ventana, que mi primer libro de lectura fue un ejemplar -de pastas rojas, rígidas y rugosas-, no más grande que mi menuda mano de entonces, un ejemplar de Los cuatro evangelios. Hablamos de hace más de medio siglo.
Hace un par de años me merqué el preciosamente editado volumen de la Sagrada Biblia –Biblioteca de Autores Cristianos, texto autorizado por la conferencia Episcopal Española, Toledo, 2010-. Y me propuse leerlo al ritmo de tres capítulos por día. Pero al poco tiempo fue quedando relegado mi propósito, de modo que no pasé del final del segundo libro, Éxodo. Ahora, no sé si en conexión con las reflexiones propias del comienzo del año, he renovado mi deseo de acometer esta empresa de lectura de manera más suave: no tres capítulos por día sino solo uno. Y, por curiosa curiosidad, he querido saber el monto –o monte o cordillera- de capítulos al que me enfrento. Los acabo de contar; y me ha salido el número que da título a esta entrada: 1226; o sea, 1100 capítulos más que el Quijote, que tiene 126 (es verdad que los de Don Quijote son más largos). O sea, que si cumplo mi promesa –para lo cual hace falta que la vida me cumpla a mí-, acabaré dentro de tres años y medio, o poco menos.
Ahora mismo no me arredra la empresa. Me gusta leer. Y creo que les debo este repaso a mis orígenes.
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