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Otra vez elogiamos a Muñoz Molina

A raíz de que le concedieran, hace tan poco tiempo, el Príncipe de Asturias de las Letras, algún otro escritor hacía bromas acerca de la metonimia aparecida en un titular periodístico: “Un premio a la moral de Muñoz Molina”, o algo muy parecido a eso. Un escritor está en su derecho a sentir envidia –los sentimientos son plantas espontáneas de cuyo nacimiento nadie tiene que sentirse culpable- a sentir envidia por el éxito de un colega. Gestionar ese sentimiento es lo que ya corresponde a la consciencia del envidioso; y, desde luego, hacer unas cuantas bromas basadas en un titular periodístico no parece una de las peores formas de gestionarlo.

Este país, a través de los miembros del jurado de dicho premio, ha tomado una sabia decisión al conceder el prestigioso galardón al jiennense: naturalmente, no solo por su valiente y equilibrada actitud ética, sino por la gran calidad de sus obras literarias.

Este país, perdón por la anáfora, está muy necesitado de aprender de la actitud ética de Muñoz Molina, así como de experimentar las vivencias estéticas –y enriquecerse con ellas- que suscita la lectura de sus obras.

Seguimos siendo gentes rudas, poco civilizadas, poco dadas a sutilezas artísticas, y poco dadas a sutilizas morales. Despotricamos contra los políticos corruptos, que tanto abundan, sin pensar que el resto de la sociedad es el caldo de cultivo que los propicia. La cresta del iceberg no está hecha de materia distinta a la del resto del ente. Lo que ocurre es que la mayoría, siempre pasa, somos gentes anónimas, a las que nadie mira sino los pocos que forman un entorno muy próximo, de los que es fácil zafarse cuando queremos cometer la acción que atenta contra nuestro propio sentido moral, al que acallamos con un “todos lo hacen, no voy a ser yo el tonto que no se aprovecha”. No atendemos a la voz de nuestra conciencia porque somos rudos, y somos rudos porque no atendemos a la voz de nuestra conciencia. Un círculo vicioso.

Está bien que de vez en cuando surja alguna figura notoria de la que podamos aprender una actitud distinta: no queramos ser buenos porque serlo es fácil o bonito, sino porque serlo es nuestra obligación. Y punto.