Lo he leído estos días atrás. Pasó que empecé a leerlo en medio del curso, y leí la mitad, doscientas cincuenta páginas, prácticamente del tirón, creo recordar que en el Puente de San Matías. Luego los trabajos del instituto me hicieron abandonarlo. Nunca he sido capaz de acostumbrarme al método de un ratito de lectura cada día, pasito a paso. “Uva a uva, se comió una zorra una viña”, dice el refrán. Pero yo no soy esa zorra, soy la del atracón, la de llegar una noche a una viña y vendimiarla de golpe: “Más vale una panzá que cien panzaíllas”, solía decir un jefe que tuve hace tiempo.
Así que en unos días de la semana pasada, gracias al verano vacacionero, he retomado este libro, he disfrutado primero de releer las doscientas cincuenta páginas que ya había leído, y he continuado hasta el final, hasta el melancólico final, con el mismo impulso.
Ahora, distraídamente, antes de colocarlo en su lugar de la estantería, lo hojeo y me fijo en algunas de las frases que he subrayado. Copio aquí una muy breve de la página 60: “Nací en un planeta, no en un país”. Me gusta esta frase, el rechazo de los patrioterismos catetos que manifiesta. Otras frases históricas y lapidarias de similar contenido recordamos; por ejemplo, aquella tan hermosa del Padre Feijoo: “Para el hombre magnánimo, todo el mundo es patria; para el hombre santo, todo el mundo es destierro”. La del libro al que me estoy refiriendo ahora tiene la ventaja de la brevedad, responde a la sensibilidad funcional y antirretórica de nuestro tiempo.
Y hora es ya de enseñar la portada del libro: Amin Maalouf, Los desorientados. Que yo sepa, es el último por ahora del autor.
Todo lo que he leído de Maalouf me ha encantado. Y en este último el autor me ha parecido igual de sensible y fino que en los anteriores, igual de cosmopolita y de bien orientado.
O sea, es un autor que recomiendo sin reservas: enriqueced vuestro verano con su lectura.
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