Entre los muchos dichos, anécdotas, facecias, que los hombres de mi pueblo contaban de Bastianico [gracias, amigo Ico J] el Patillas (él un anciano, yo todavía muy crío), decían que decía: “Tengo tres enfermedades crónicas: asma, mal de azúcar y un güevo como un pipote”. Yo no sé de cuál de las tres moriría. Probablemente en sus últimos días le salió otra, la cuarta, que fue la que le dio la puntilla.
En la vida de cualquiera, tener una enfermedad crónica es lo natural: ¿quién no tiene un defecto, un fallo de fábrica o contraído tempranamente en los años de formación? A continuación, a lo largo de la vida laboral, con sus penurias, carencias, tensiones, encontronazos y traumas, que nos salga otra, llamada o no enfermedad laboral, no tiene nada de raro: por habernos cargado mucho peso, por habernos cargado a muchos alumnos, por habernos pasado muchos miles de horas encadenados a un volante, por habernos pillado un pie con la rueda trasera de un tractor, por habernos caído de un árbol que estábamos podando, de un camión cuya carga estábamos amarrando…
Si tenemos la suerte, a pesar de nuestras dos enfermedades crónicas, de llegar a la edad de la jubilación con un grado de salud razonable para pasar algún tiempo de paz y no de aflicción, enseguida nos envalentonamos y creemos llegado el momento de rejuvenecernos y de librarnos, por fin y para siempre, de esas dos taras que nos vienen amargando la existencia. Nos hacemos un programa de vida nueva: mucho ejercicio físico, una dieta espartana, y un horario frailuno que parece trazado por un inquisidor de los de la Contrarreforma.
Resultado: pillamos otra enfermedad, que, a esta edad, tampoco tiene vuelta atrás: llega y se queda. Y ya estamos como Adolfo el Patillas.
-¿Qué hacer entonces, cómo vivir, cómo organizarnos, cómo disfrutar, cómo envejecer?
-No hay fórmulas mágicas. Cada uno tendrá que ir viendo lo que más le conviene. Si acaso, podríamos afirmar que ciertos principios generales que nos han ayudado antes cuando los hemos tenido en cuenta (No te engañes a ti mismo, Sé tú mismo, Oye la voz de tu conciencia, Tú no eres el centro del universo ni el ombligo del mundo…) siguen siendo válidos a cualquier edad.
-En cualquier caso, ¿qué viene después?
-Ir a hacerle compañía a Bastianico el Patillas. ¿Quién sabe? Lo mismo sigue teniendo el mismo sentido del humor, y nos divierte con algunas de sus anécdotas.
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Antonio, por si quieres corregirlo. El de los tres males crónicos no era Adolfo, era su padre, Bastianico «el patillas».
Tenía dudas sobre el nombre del padre, y le puse el nombre del hijo mayor. Pero no: era Bastianico su nombre propio. Todo un personaje de aquellos tiempos: en eso sí estarás de acuerdo conmigo. Y en las tres enfermedades crónicas tampoco he errado: eran esas, ¿verdad?
Muy agradecido por tu comentario y tu corrección.
Efectivamente era un personaje pintoresco donde los haya. Ciertamente decía padecer esos tres males crónicos que apuntas. Además, y como otra anécdota en su haber, recuerdo perfectamente verlo con un aparato de radio de aquellos tiempos cargado a su espalda -tipo mochila- con unos correajes que seguramente fabricó él mismo, y de esta guisa hacía sus labores hortelanas en los bancales de su cortijo y con los conejos del corral tras de él.
En una ocasión -época de cerezas-, fueron a robarle cerezas tu primo Paco Marruecos, Manolin, el chico la Loles y alguien mas que no recuerdo, y cuando estaban en plena faena los sorprendió Bastianico. Afirmando ellos que las cerezas eran para el cura, el les respondió: Me cago en vuestra puta madre, aquí no hay cerezas ni pa el cura, ni pa el obispo ni pa el sacristan. Sus cosas.