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Soy feliz

He llegado a la jubilación con un grado de salud aceptable.

Algunas veces, en la última década, imaginaba, como una pesadilla, lo contrario: que continuaba laborando en el instituto cuando ya se había adueñado de mi persona la decrepitud.

Nada de eso. Tengo salud. Y ahora me compadezco de los que siguen teniendo que ir cada mañana al instituto. Porque sé que es muy duro tanto para alumnos como para profesores. La culpa: de los que organizan el cotarro, que son unos completos ineptos.

Tengo salud, una pensión razonable y una familia envidiable: tres hijas maravillosas y una esposa que ni me merezco, ni me he merecido, ni me mereceré. No quisiera sobrevivirle ni cinco minutos, aunque no temo por ello: es de una débil salud de hierro. Me sobrevivirá ampliamente, como su madre está sobreviviendo a su padre.

Y tres hijas maravillosas. Sí, señor. Las dos mayores han acabado estudios universitarios y se buscan la vida, a pesar de lo difícil que se lo hemos puesto a toda su generación. Y la más nueva, estudiante de Bachillerato, es la niña de mis ojos, las campanillas de mi corazón.

Vivimos en una ciudad de perpetua primavera. Camino diez minutos desde la casa, y ya estoy en la playa, donde me descalzo y paseo por la caricia de las olas en la arena. Y si es octubre, mejor: apenas gente: una joven madre con su niñito de tres años, una mayor como yo, zapatillas en mano, alguna bella pareja que quizá apura la penúltima llamada vacacional, antes de que las obligaciones estudiantiles los separen.

Soy feliz. Pero a veces estoy cansado, o deprimido, o enfadado. Otros, en esas circunstancias, soltarían una palabrota, o una soez y rotunda blasfemia. Yo, en cambio, como soy de Letras, escribo un epitafio y lo cuelgo en este blog: porque es literatura decente y no merece ser destruido.

A algunos, o algunas, por el epitafio o por aludir al tema de la muerte, les parece que soy infeliz. Pero pensar que nuestro tiempo en la tierra es limitado no nos hace infelices ni desgraciados. Al contrario: nos urge a aprovecharlo, a buscar el amor que, empezando por el propio, nos hace echar raíces en la vida.