Gójar, mi querido y denostado pueblo, ha ido perdiendo entidad como pueblo y ganándola como suburbio. Tiene algunos espacios públicos atractivos, pero, en conjunto, es feo y desangelado.
Su plaza principal, remodelada al comienzo de la etapa democrática, es pequeña, poco atractiva y menos acogedora. Por su cara oeste está flanqueada por tres edificios que acogen tres instituciones especialmente relevantes: la almazara, el ayuntamiento y la iglesia.
El ayuntamiento es una antigua construcción, remozada sin escatimar gastos a la hora de acoger a los consistoriales electos. Demasiado ayuntamiento para tan poco pueblo.
El templo parroquial, según se dice, fue erigido en el siglo XVI, o sea, en una Granada recién recristianizada. Su imagen emblemática, la Divina Pastora, que preside desde su alto camarín, es más tardía: del siglo XVIII. La devoción popular que se le profesa a esta Virgen se ha mantenido firme, en estos tiempos nuestros de materialismo y descreimiento.
La tercera institución, de las tres que miran a la plaza, es el antiguo Molino de Manuel Reyes. Hoy, en manos de algunos de los nietos de este Manuel, es la Almazara San José; para los vecinos del pueblo, sencillamente, El Molino. Si la iglesia y el ayuntamiento se han modernizado en las últimas décadas, no digamos nada del molino. Totalmente automatizado, produce un aceite de excelente calidad a un precio asumible.
De las tres instituciones, debo reconocerlo, a la que le tengo más apego es a esta última. Desde que se modernizó el molino, cada cierto tiempo cruzo la plaza con mi caja de cuatro garrafas al hombro, muy contento con mi suerte, ya que he obtenido el precioso oro líquido sin tener que darle un palo a un olivo y sin pasar días y días aterido, recogiendo, del frío y áspero suelo, las aceitunas.
Este otoño que ahora acaba no ha aportado un tiempo climatológico benigno para los olivos: ha faltado lluvia y ha sobrado escarcha. Los olivos se ven llenos de aceituna, pero ella está madurando sin tersura ni lozanía. Esperemos que esto no afecte demasiado a la producción de aceite, ni en la cantidad ni en la calidad. El aceite de oliva es salud concentrada. Por cierto, ahora que me acuerdo: Juan Eslava Galán nos deleitó hace unos años con un libro lindo, lindamente ilustrado, Las rutas del olivo en Andalucía (Masaru en el olivar): lo recomiendo encarecidamente.
Las otras dos instituciones, aunque no sean muy útiles, son convenientes. Yo, para casos de necesidad, me alegro de conservar algunos amigos entre el funcionariado del ayuntamiento: hay que tener amigos hasta en el infierno, dice el dicho. Por tanto, mucho más en la gloria: así que, en mi billetera, junto a las fotos familiares, se aloja una estampita de la Divina Pastora. Por devociones marianas así de cómodas se salvaron muchas almas turbias en la Edad Media (recordemos los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo): ¿por qué habría de ser la Señora menos generosa en estos tiempos?
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