Si leemos la Égloga I de Garcilaso de la Vega, esa maravilla de la lírica que todo bachiller español debería haber leído y estudiado, veremos que estos son los dos últimos versos de su segunda estrofa:
[…] antes que me consuma,
faltando a ti, que a todo el mundo sobras.
A ver… qué estamos leyendo aquí. Las tres primeras estrofas constituyen la dedicatoria, muy elogiosa lógicamente, al virrey de Nápoles, a quien Garcilaso servía. Para nosotros, en nuestro uso del castellano corriente, decirle a alguien que sobra es manifestarle un rotundo desprecio, lo que, en el contexto de esta dedicatoria, no encaja. Si tenemos entre manos una buena edición, seguramente traerá una nota explicativa: sobras = superas. Entonces el lector podrá caer en la cuenta de que sobrar y superar componen un doblete léxico, procedente del mismo verbo latino: superare. Esta pareja castellana de verbos se ha distanciado mucho en sus significados habituales; pero está claro que aquí Garcilaso usa sobrar con su sentido etimológico, o sea, con el significado del verbo latino del que procede.
Y ahora, después de tan larga y pedante introducción, ¿cómo podré abreviar para ser perdonado? No sé. Voy a intentarlo…
A simple vista constatamos que soberano no procede de sobrar (porque sería sobrano) ni de superar (porque sería superáneo). No es ni un cultismo ni una palabra patrimonial. Es tierra sin amo, un semicultismo que, aunque habitualmente sobre, en alguna ocasión podría superar con creces nuestras expectativas.
O sea, que los soberanos de ahora nos pueden resultar sobranos, o sobrantes, o sobreros; pero quizá los de pasado mañana hayan superado dificultades, penurias, tristezas, y nos proporcionen algún alegrón. Que así sea.
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