Llega el quince de enero y ya es primavera. Salimos de casa en las horas centrales del día y nos tenemos que quedar en manga corta.
Ayer mi hija Hebe, entre la mañana de instituto, larga mañana, y los deberes de la tarde, corta tarde, se iba a pasear por la vecina playa. Y volvía diciendo: “Qué privilegio vivir aquí”.
Y yo me siento en mi estudio, después de mis deberes de sobremesa, y ya tengo hoy que bajar la persiana porque el sol me vuelve a inundar la mesa, los ojos, la esfera del reloj, la pantalla del ordenador, los libros, los cuadros.
Tanta gente viviendo en esos climas hostiles donde la criatura humana tiene esa pobre pinta de oso depilado; y mientras tanto en estos sures andaluces tantas viviendas vacías, urbanizaciones enteras vacías, nuevas y ya lamentando su inminente ruina. Y tres barras de pan por un euro; y dos cartones de leche por un euro; y una tripica de chorizo por un euro.
Pues sí… Como dice mi Hebe: qué privilegio vivir aquí.
Y si además de todo eso tuviésemos trabajo, y talento y buena disposición para organizarlo, acometerlo, desarrollarlo, supervisarlo, repasarlo, acabarlo y, ahora sí, poner la mano para cobrarlo… ¡Ah! Entonces este Sur sí que sería un paraíso.
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