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Al amor de los libros

Eloy Sánchez Rosillo, Antes del nombre

Col. Nuevos Textos Sagrados, nº 281

TUSQUETS EDITORES. BARCELONA, 2013

 

                 

                  VIEJAS HISTORIAS

 

Aquellos episodios de la Historia Sagrada

que de pequeño oía en el colegio

y que en casa, más tarde, repasaba despacio

me fascinaban siempre. Llenaban de hermosura,

de muy fuertes y opuestas emociones

-y quizá de algo más, de algo sin muerte-,

al niño retraído y soñador

que en mi ser habitaba. Qué intenso y sugestivo

el universo elemental y exótico

en el que transcurrían. Allí supe

del dolor y el amor, de sangre y fuego,

de plagas y diluvios y guerras y milagros,

de justicia implacable y de misericordia.

Luego, ¿dónde se fueron las vívidas estampas

que en el alma bullían? Poco a poco

el tiempo fue empujándolas a ciertos arrabales

últimos del recuerdo (que son ya casi olvido).

Y muchos, muchos años, otros rumbos anduve.

En ocasiones, ahora, retirado en mi cuarto,

leo y releo la Biblia buscando no sé qué,

buscando, por instinto, agua de vida.

Y reencuentro en sus páginas los relatos que brotan

-tan frescos como entonces, tan dulces, tan terribles-

del fondo más remoto de mí mismo.

De nuevo me consuelan, me espantan, me subyugan.

Por los viejos caminos pedregosos

de Judea y Samaria, bajo un sol de leyenda,

o en la ribera azul del mar de Tiberíades,

los ojos de aquel niño que yo fui

se cruzan con los ojos de Jesús cuando pasa.

(Págs. 21-22)

 

 

         LA TORMENTA Y PATROCLO

 

Mientras va descargando una tormenta

refulgente y bellísima, que hace tan distintos

estos lugares míos cotidianos,

yo releo en la tarde la Ilíada y miro el cielo

desde el silencio de mi habitación.

Está el balcón abierto, paso a paso,

parece que el otoño se aproxima.

Y anda allí arriba Zeus, que en el rayo se goza,

haciendo de las suyas: ha reunido

copiosos rebaños de nubes con guedejas

muy negras y muy grises, y los mueve deprisa

de un sitio a otro con sus truenos súbitos

y su látigo hermoso de relámpagos.

Para mis ojos, qué regalo inmenso.

Sin embargo, aquí abajo, en este libro

que tengo entre las manos, sobreviene

un suceso terrible: la muerte de Patroclo,

amigo inseparable y camarada

del desdichado Aquiles, el de los pies ligeros.

Malherido en un lance anterior del combate

entre la hueste aquea y la troyana,

sus momentos postreros se precipitan ahora:

ante mi compasión y mi estupor,

le da alcance de lleno con su lanza insaciable

el esforzado Héctor, y la vida se escapa

irremediablemente de este cuerpo tan joven.

En mi pecho se mezcla el alborozo

de la tormenta con el sufrimiento

de los viejos hexámetros, transidos

de emoción muy profunda y de intemperie amarga.

Y así, yendo y viniendo una vez y otra

del júbilo que llega de lo alto

al dolor de esta muerte, he pasado la tarde.

Comienza a anochecer. Y cuando apenas

queda ya alguna luz, cierro el balcón y el libro.

(Págs. 109-110)