El encanto de abril,
con su lluvia, su sol, su arco iris, sus flores,
sus dulzuras, su música.
A las tres de la tarde,
mientras recojo la cocina,
a la hiedra frontera a la ventana
van llegando los mirlos. Y, posados,
muy atentos escuchan la lección musical
que cada día imparte Micaela Vergara,
en la que el instrumento imprescindible
no es sino la voz de Micaela.
Mozart, Beethoven, Bach, todos los grandes
la secundan, aportan su obra entusiasmados.
Los mirlos no se pierden una nota, un silencio,
un crescendo, un matiz, un comentario.
Al acabar la clase se dispersan.
Algunos se dirigen al jardín
donde está Miguel d’Ors escribiendo unos versos.
Quieren mostrarle ufanos
lo que con Micaela han aprendido.
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