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STTL

A mi primo Matías

 

Compañero, has ido bien

en tu andar de peregrino.

Paso a paso en el camino:

un paso, diez pasos, cien.

Gastaste tu vida en

acabar cada tarea:

dulce o dura, linda o fea.

¿Quién te las mandó, lo sabes…?

Pues llevaste cargas graves,

la tierra leve te sea.

De berenjenas y sonetos

Mientras paso por delante de la entrada al supermercado, de este sale una señora llevando de la mano un niño como de cinco o seis años. Su otra mano acarrea un gran bolso repleto de provisiones. El niño farfulla algo en tono quejumbroso; y la señora, seguramente su madre, le contesta en tono seco, enfadado y tajante. Posiblemente el niño se lamente de que su madre no haya accedido a comprarle en el súper la golosina de sus amores; y la madre, ya cansada de oírlo, desea poner fin al tema.

Tienen el coche a pocos pasos, se detienen. Aun así, antes de rebasarlos, puedo ver, rebosando en su cesto, una bolsa con berenjenas. Y en ellas se centra mi pensamiento mientras sigo mi camino. Berenjenas, berengüenas, berembuenas. Pastel de berenjenas, qué delicia. ¿Recuerdo la receta, a pesar de que solo lo he preparado una vez hace algún tiempo? Compruebo que la recuerdo: podría volver a cocinarlo sin mirar mi cuaderno de recetas. La memoria me sigue funcionando, a veces por lo menos.

A renglón seguido, comienzo a sorprenderme de que haya sido una fórmula culinaria lo que me ha dado por repasar mentalmente. Y no, por ejemplo, el Soneto XIV de Garcilaso, del que solo recuerdo los primeros versos:

Como la tierna madre que el doliente

hijo con lágrimas le está pidiendo

alguna cosa de la cual comiendo…

Ya en casa, lo leo, lo releo una vez más. En el soneto, la madre accede a la petición del hijo, a pesar de que sabe que lo que le pide es nocivo para él. Accede para no verlo sufrir, porque el hijo tiene un cuelgue fortísimo con ‘la cosa’, está enganchado.

Lo que pasa es que la madre y el hijo del soneto no son reales, son solo un símil literario: «Como la madre»… Al llegar a los tercetos nos dirá Garcilaso cuál es la realidad de la que nos habla: «así mi enfermo y loco pensamiento»… El pensamiento del poeta solo quiere ocuparse en recordar a la amada cruel. Y el poeta se lo consiente, a pesar de que sabe que su piedad agravará la dolencia. Es un tema muy reiterado en la poesía del toledano, el «verme morir entre memorias tristes» del Soneto X.

Pero Garcilaso era un joven soldado. Moriría joven. Tenía derecho, antes de que el fatal día llegara, a mantenerse enganchado a sus recuerdos, por morbosos que fueran. La madre del súper, una madre real, no un símil poético, ha hecho bien al negar a su hijo la golosina perjudicial para la barriguita:

-No te la compro, que ya mismo es la hora del almuerzo.

-¿Qué vamos a comer?

-Una comida muy rica: pechuga de pollo a la plancha y algo parecido a las patatas fritas pero mucho más bueno, berenjenas fritas.

Tiempo voluble, la primavera

Ayer, un día apacible, calmo de vientos, con sol a medio cielo, el monte de postal y la playa de delicia. Un joven pescador, arpón en mano, sacaba un saco (perdón por la rebuznancia), un saco lleno de pulpos. Ante mi asombro, me comentaba que la jornada de pesca no había sido de las más afortunadas para él, sólo normalita. Pero yo lo veía retirarse, de la playa hacia el coche, con su pesado saco a la espalda, y seguía con mi asombro.

Luego hubo que dedicarse, durante un rato, al mantenimiento de la bici, que alguno requiere, si no estamos dispuestos a permitir que se nos convierta en material para el chatarrero.

Hoy el día se presenta distinto. En la madrugada ha estado lloviendo, a ratos con bastante fuerza; y se ve que vamos a tener una jornada de chubascos intermitentes. Así que centraremos la mañana en la lectura y el estudio. -¿Estudio de qué? -Pues del inglés, si no os importa. Que yo este idioma lo había venido dejando para la jubilación, y ahora estoy en ella y en ello. Sin profesor. No porque yo no valore suficientemente la figura y la labor del profesor (¡estaría bueno!), sino porque me he dejado ganar por los jubilosos aires de la libertad de horarios. Y porque hay miles de profesores dispuestos a ayudarnos gratuitamente a través de Internet. Aunque, la verdad, yo sólo estoy utilizando dos páginas web, La Mansión del Inglés y el Traductor de Google. Con ellas, unos folios y un cuaderno, echo el rato, que puede ser más largo o mas corto, según el día, pero siempre placentero: lo que tiene la deformación filológica.

Me objetan por aquí que esa no es manera moderna de aprender un idioma, pero yo no hago caso de tal objeción. Yo no estoy pensando en visitar Londres, aunque algún motivo personal o familiar tendría para ello. Pienso más bien en algo así como leer Donde van a morir los elefantes, de José donoso, o Carlota Fainberg, de Antonio Muñoz Molina (en ambos casos estaría releyendo) e ir enterándome de lo que significan todos los inglesajos que meten estos hispanos tan americanados. Porque para llegar a leer un libro en inglés creo que no me va a durar la vida, aunque quién sabe. Por lo pronto, me meto en mi relato de Jack London, que será adaptado, pero en inglés íntegramente. Y con London y Keesh dejo este día de chubascos mediterráneos y me voy a vivir among the Eskimos, where the land meets the ice, to hunt the bear.