La emigración, la extensión del inglés como lengua internacional y los viajes por estudios o por placer, contribuyen a un fenómeno de permeabilidad, de sfumato o incluso de desaparición de fronteras del que seguramente todos o casi todos los efectos serán, a la larga, beneficiosos.
En nuestro país convivimos con un doble fenómeno migratorio: el de los jóvenes que tratando de escapar de las miserias de sus países o de aportar algo para el sustento de sus familias, arriesgando mucho, incluso la vida, consiguen entrar en España y, a través de ella, en la Unión Europea; y el de los jóvenes españoles muy preparados, con estudios universitarios y conocimiento de idiomas, que se marchan a otros países para buscarse la vida.
Tanto unos jóvenes como otros, los que se van y los que llegan, son, actualmente, lo mejor de nuestro país. Tratémoslos como se merecen, o sea, con generosidad, con simpatía, con exquisito sentido de la fraternidad universal.
Ahora bien, no caigamos en pensar que los jóvenes que no emigran, que no traspasan fronteras, no pueden alcanzar la condición de excelentes o de cosmopolitas. «Para el hombre magnánimo -escribió B. J. Feijoo, y a mí me encanta citar esta frase suya- todo el mundo es patria». Pero esto no significa que el hombre magnánimo tenga que recorrer todo el mundo para constatar que en todo el mundo se encuentra entre paisanos o entre hermanos. Internet, además, ha puesto el mundo entero al alcance de cualquier pantalla, de cualquier ratón, de cualquier mensaje.
De hecho, me gustaría poner como ejemplo de esta generación de jóvenes ciudadanos del mundo a una joven que quizá no ha salido nunca de su país, ni ha tenido que hacer un esfuerzo especial para aprender inglés, por pertenecer a un país anglófono. No es ni siquiera una joven real, sino un personaje de novela, de la novela Sunset Park, de Paul Auster, que acabo de leer -y me ha gustado muchísimo, como los otros libros que ya había leído de este autor-.
El personaje se llama Alice Bergstrom, está preparando su tesis doctoral, es profesora adjunta en la Universidad de Queens, y colaboradora muy comprometida dentro de una entidad instituida en favor de los derechos humanos en todo el mundo, el PEN American Center.
No voy a contar mucho de este personaje, que tampoco es el protagonista. Pero sí diremos que ni su país, ni la universidad, ni la autoridad municipal de su ciudad, Nueva York, le corresponden en generosidad. El trabajo de la universidad le requiere una dedicación total, a cambio de un sueldo «inferior a lo que habría ganado lavando coches o haciendo hamburguesas» (págs. 208-209). Alice no puede contar con ayuda económica de sus padres ni de su novio, aparte de que esta relación está en una fase de clara regresión. Así que deja las clases en Queens -pero no su colaboración voluntaria, no remunerada, en el PEN-, pierde su apartamento, se convierte en okupa y se entrega en cuerpo y alma a la tarea de su tesis.
Y no cuento más. Me limito a insistir en esta idea: Alice puede ser un buen ejemplo de la valía, valentía y cosmopolitismo de la juventud actual -la obra es de 2010- y de la falta de apoyo de quienes podrían ayudar, los instalados de la generación precedente.
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No por quedarnos aquí valemos menos.No todo lo bueno se fue.
Me queda mucho por andar,pero creo que,aunque no escribí ningún libro ni recibí ningún premio ni soy profeta en mi tierra, aporto mi pequeño grano de arena a esta playa donde el agua trae y se lleva bastantes más.
Gracias por acordarte de quienes optamos por permanecer donde nacimos.